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La expectativa del gobierno mexicano de lograr un “acuerdo general” con EE. UU. para reactivar el Diálogo de Alto Nivel y evitar guerras mediáticas se desvanece cada vez que Donald Trump acusa a México de ser un narcoestado.
Trump y su equipo solo exigen que México —sin detallar cómo— desmantele o entregue a los siete cárteles catalogados como narcoterroristas por el Departamento de Estado.
Nada de lo que haga la presidenta Sheinbaum, su canciller o su secretario de Economía logra abrir espacio para la propuesta del “acuerdo general”. Las negociaciones siguen siendo unilaterales.
La semana pasada, México tuvo claro que el Tratado de Libre Comercio está muerto. La Casa Blanca convierte los aranceles en un instrumento de presión política y sacrifica economía interna para doblegar a México.
México ya habla de buscar nuevos mercados para el tomate, reconociendo tácitamente la inutilidad del T‑MEC.
Desde el G‑7, EE. UU. negocia un acuerdo bilateral con Canadá, como si el T‑MEC no existiera. Hay indicios de una próxima renegociación del tratado, pero de manera bilateral.
El problema va más allá de impuestos y aranceles: el comercio se somete a intereses geopolíticos de EE. UU.
A partir de agosto, nuevas cargas impositivas afectarán exportaciones e importaciones con casi todo el mundo. Se avecina la “arancelización de la geopolítica”, con riesgos de estancamiento y recesión global.
Sheinbaum envió a su equipo a Washington para iniciar el “acuerdo general”, pero no hubo instrucciones en la Casa Blanca para recibirlos ni atender las prioridades mexicanas.
La propuesta fue astuta, pero faltó gestión diplomática. Un llamado telefónico entre Rubio y De la Fuente no bastó: no hubo reunión oficial ni rango de Estado.
Con el Diálogo de Alto Nivel cancelado y la obsesión de Trump con la narcopolítica, la relación bilateral entra en un vacío diplomático, sin institucionalidad y bajo constantes presiones de seguridad.