
Presentan el nuevo balón para el Apertura 2025
El gran desafío político que presentan las reformas del ciclo López Obrador tiene que ver con la caracterización del sistema/régimen/Estado/Constitución. Quedarse en decisiones y efectos de coyuntura impedirá entender la lógica de reorganización del aparato mexicano de poder y por lo tanto distraer, confundir o agotar las opciones de la oposición como alternativa o siquiera como adversario político.
El punto de inflexión del sistema político se confirma cada vez más como eje de referencia en el movimiento estudiantil del 68. La opción de régimen fue democracia o dictadura, como lo identificó con claridad Octavio Paz en Posdata y sobre todo en sus dos cartas a la cancillería, la primera para dar su punto de vista al presidente Díaz Ordaz de las razones que veía como embajador en la India pero sobre todo como poeta e intelectual sobre las rebeliones estudiantiles y la segunda al criticar la represión en Tlatelolco y usar el camino burocrático de pasar a retiro pero con el mensaje claro que era una renuncia al cargo de gobierno.
En el periodo de análisis político de 1968 a la reforma sistémica de 1978, tres caracterizaciones del Estado fueron determinantes para entender qué representaba el modelo de régimen priista, qué cambiaría en el largo proceso de reformas 1978-2012 y cómo el problema central fue identificar los tipos del Estado mexicano. Tres esfuerzos teóricos fueron muy claros:
–En 1976, en la nueva introducción a su libro México: una democracia bárbara que analizaba la sucesión presidencial de 1958, el ensayista marxista José Revueltas llegó a una definición clara: el Estado priista era un Estado ideológico total y totalizador –no totalitario– que basaba su fuerza en el control total de las relaciones sociales.
–En 1978, el ensayista Octavio Paz publicó un texto muy breve sobre la caracterización del Estado mexicano como un modelo oxímoron: un ogro filantrópico, un extremo en del endurecimiento y del otro lado el extremo de las concesiones sociales populistas.
–Y en 1990, el escritor Mario Vargas Llosa ya en su fase neoliberal –etapa pragmática superior al liberalismo ideológico– fijó los márgenes de lo que llamó “la dictadura perfecta”, y aunque se refería a la forma en que el Estado autoritario absorbía la crítica más radical de los intelectuales con empleos y becas, en realidad estaba dando una caracterización estructural de un Estado que funcionaba como una dictadura pero apoyada por las bases sociales y sobre todo la ausencia de opciones alternativas.
En este contexto –pedagógico, si se quiere– se puede enmarcar todo el proyecto político e ideológico de López Obrador para definir su propuesta como de restauración del modelo político de Estado que funcionó –con oscilaciones pendulares administrables– de la Constitución estatista de 1917 a la crisis populista de 1982. La opción fue el neoliberalismo de mercado y menos Estado operado ideológicamente por Carlos Salinas de Gortari del ingreso de México al GATT en 1986 al final del sexenio de Enrique Peña Nieto en 2018.
La propuesta de López Obrador no es revolucionaria, sino restauradora. La única diferencia que existe entre el modelo AMLO y el modelo PRI radica en que el populismo priista tuvo su pivote en la gran propuesta del presidente Lázaro Cárdenas y el Partido de la Revolución Mexicana de convertir a las clases productivas que dinamizaban el modo de producción capitalista-populista en movimiento corporativo de masas que controlaba con mano dura la verdadera lucha de clases que revolucionaba el sistema productivo. El partido Morena de López Obrador no ha recorporativizado a los obreros, campesinos, clases medias y empresarios, sino que los mantiene lobotomizados –es decir, adormecidos, controlados y desmovilizados como clases de confrontación contra el Estado–, reconstruyendo la fuerza brutal del sector público en el nuevo fortalecimiento del sistema presidencialista ya en modo de presidencialato, fase superior del viejo presidencialismo priista.
El examen en paquete las alrededor de más de 30 reformas de estructuras productivas y de prácticas políticas que definió López Obrador como opositor, las encaminó como presidente y las heredó cómo objetivo transexenal y de las cuales la reforma judicial forma parte tienden a reconstruir el modelo populista que uno de los teóricos de cabecera del tabasqueño –el politólogo Arnaldo Córdova– definió en su ensayo clásico La ideología de la Revolución Mexicana: un régimen populista, no marxista y con revolución administrada en acuerdos entre las clases productivas.
Las reformas que vienen –la electoral que ya comenzó a echarse a andar, entre otras– tratarán de terminar de reconstruir el Estado priista, solo que a partir de procesos históricos que señalan que nada se puede calcar del pasado porque la acumulación de contradicciones eliminaría cualquier funcionalidad restauradora. El ogro filantrópico reviviría como ogro misántropo: excluyente, más autoritario y aislado.
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Política para dummies: la política se mueve por ideas rectoras, aunque aparezca en decisiones compulsivas.