
Los que no pudieron salir
Su muerte no es mi historia. Imagino que nuestra partida de este plano es lo más solitario que todos vamos a experimentar algún día, cuando probablemente al resto del mundo ni siquiera le importe seguirnos recordando, porque todo pasa. Pero creo que no es el caso, sobre ella todavía hay mucho para contar.
Podría hablarles de la Bernardina Lara Argüelles que fue líder, sindicalista y guerrera incansable en las calles adoquinadas de la capital potosina, lo mismo marchando en tacón durante sus años mozos, que impulsada en una silla de ruedas a últimas fechas.
Pero quiero contarles de la Nina Lara que mi infancia recuerda, la que fumaba una cajetilla diaria de Viceroy rojos mientras leía Vogue, Proceso, a veces El Sol de San Luis, El Heraldo o Pulso, la que se envolvía en perfumes dulces y sortijas con piedras enormes e iridiscentes, la única luz que le acompañaba a diario. Fue la mujer que habitó su propia historia con una fortaleza que seguramente nadie podrá reemplazar.
Nina no era abuela, pero miraba a los más pequeños con la solemnidad de quien carga siglos en los hombros. No tuvo hijos, pero maternar fue un destino que abrazó desde que era una niña.
Su tez blanca, sintió la calidez de la primera alborada en Corozal, Veracruz, pero su vida fue una migración constante entre responsabilidades y sacrificios. Su madre murió en el parto del más pequeño de sus hermanos, y con eso, la infancia de todos se vio interrumpida. Ayudó con la crianza de su sangre con la dureza de quien nunca tuvo opción. Y hasta podría decirse que se olvidó de sí misma para que otros pudieran recordar quiénes eran.
Pronto vinieron los años de lucha, muchas batallas que dar en el Sindicato Único de Trabajadores al Servicio del Gobierno del Estado (SUTSGE). Cuatro décadas guerreando con el PAN, con el PRI y a últimas fechas con el PVEM. Fueron 40 años sosteniendo la dignidad de miles. Por eso no hay duda, con ella se va la última resistencia sindical en San Luis Potosí.
Pero en lo íntimo, en lo que no se escribió en los periódicos ni en las actas sindicales, Nina era otra, era humana, endeble y de un corazón críptico.
Jamás cambió su maquillaje, le gustaban los tonos oscuros cubriendo esos párpados caídos, melancólicos. Recuerdo verla rodeada de gente que la agobiaba, que estaba atenta al mínimo eco de aquella voz estridente, pero en el fondo, albergaba una tristeza profunda. Sepultó a tres de sus hermanos, y nunca la vi llorar por ellos.
Se mantuvo estoica, como si la pena fuera un lujo que no podía permitirse. Amaba el son de los huehues en su Tempoal, Veracruz, como quien admira la muerte y la ve como una tregua, como un descanso.
En los últimos años, la enfermedad la fue consumiendo. De pronto ya no pudo con la carga ajena, tanta lucha le cobró factura. Hoy, Nina ya descansa junto a los suyos, junto a su madre, a su padre, a los hermanos que se le adelantaron. Con ella se va un tiempo que ya no volverá.
Su legado, es el de una mujer indomable que, con todas sus contradicciones, fortalezas y dolores personales, fue una de las últimas en resistir hasta el final.
Descanse en paz.