El alarido de la libertad
La reforma judicial que ha impuesto el movimiento conocido como la Cuarta Transformación en México quedará como un hecho histórico, recordado por sus múltiples tropiezos y errores desde su origen. No importa cuál sea el resultado, porque, aunque aún no se ha terminado de gestionar, es evidente que quienes promovieron esta reforma están cometiendo un crimen contra la nación, y esto es bien sabido. Alegar que se hace con la intención de ayudar al pueblo es simplemente superficial; todos sabemos que esta es una venganza rencorosa de Andrés Manuel y su caterva de lambiscones pseudozurdos en pos de subyugar a un poder que en su momento lo contuvo.
Sabemos que el combustible más importante de la Cuarta Transformación es el rencor. Durante tanto tiempo, Andrés Manuel se empeñó en llegar al poder, y una vez consumado, se encontró con una realidad muy diferente a la que esperaba, debido a que contamos con una Constitución política y una Suprema Corte de Justicia que la defiende.
Por ello, se ha decidido que la única forma de lograr los cambios que pretende, a su gusto y complacencia, es, claro, destruyendo la Constitución y limitando el control que tiene la Suprema Corte sobre esta. Es decir dándole todo el poder al ejecutivo.
Su primer intento se centró en convencer al entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, el entonces admirado Arturo Zaldívar, quien, aunque se sabe que cometió varios actos de corrupción en complacencia con los gobiernos anteriores (hoy en oposición), aceptó hacer los primeros cambios a costa de extender su periodo como presidente, pretendiendo modificar la ley para ello.
Sin embargo, la propia Suprema Corte lo impidió. Entonces, en su segundo intento, Andrés Manuel colocó a su propia ministra, la que todos conocemos como la ministra «pirata» Yazmín Esquivel, y así, subsecuentemente, ha ido invadiendo con ministros como Lenia Batres, la impresentable populista profundamente comprometida con el partido, y cooptando a otros ministros.
Arturo Zaldívar, quien en su momento se opuso abiertamente a la elección de ministros de forma popular, dio la famosa “maroma” y ahora apoya esta reforma, no solo como artífice de ella al formar parte del gobierno de Claudia Sheinbaum, sino incluso como parte del comité técnico que seleccionará a quienes pueden acceder al cargo de ministro o juez.
Es decir, hoy él puede seleccionar a quienes, dentro de su criterio, sean dignos de acceder a la Suprema Corte de Justicia. Y esa «dignidad», por supuesto, estará decidida por supuesto por la empatía del seleccionado con las fuerzas de la Cuarta Transformación y Morena.
Este monero se pregunta si una persona que ha llegado a ese nivel de corrupción, habiendo tocado el máximo galardón de la jurisprudencia, es adecuada para dicha función. Claro, eso si concediéramos que la reforma se va a realizar como un hecho. La verdad, queridos lectores, es que usted y yo carecemos, por estadística, del conocimiento real para apoyar esta reforma. Quienes deberían estar discutiendo esto son únicamente personas versadas en la ciencia constitucional, personas que conocen no solo la Constitución sino también la historia y el proceso que implica la creación y modificación de nuestros cuerpos legislativos. Son temas sumamente elevados, hay que reconocerlo, y que usted y yo esperemos que se reduzcan a sistemas populistas para nuestra complacencia nos hace ver como chimpancés golpeando una piñata. Y eso lo saben todos aquellos versados en jurisprudencia. Por eso, en las cortes del planeta, nuestra reforma judicial «de banqueta» está siendo el hazmerreír.