
El uso del pasado
Por supuesto que la historia de México es mucho más compleja que los resúmenes y pasquines que nos indicaron en la primaria.
Se presiente desde cualquier ángulo el sesgo tendencioso de la historia que nos recetaron en la escuela, los gobiernos priístas. La relación del ejército con el poder es sumamente compleja.
Podemos partir desde el tormentoso inicio del siglo XX, cuando la época de los revolucionarios y cristeros hasta la llegada del primer presidente no militar. Después de eso, hubo una calma en la que el ejército representaba una herramienta fija del poder, hasta los cruentos hechos de 1968 y 1971. En ese tiempo, el ejército tuvo una participación negativa mínima en la historia de la República.
Desde finales de la Revolución hasta la fecha, el grupo castrense se había mantenido lejos del poder y la política. Bien podían integrar diputaciones, senadurías e incluso gubernaturas, pero hubo un pacto que se mantuvo durante todo este tiempo, hasta la llegada de Andrés Manuel López Obrador.
Es importante recordar que Felipe Calderón Hinojosa intentó utilizar al ejército para combatir el narcotráfico en su momento, una medida que no fue popular. Por el contrario, fue una de las plataformas que manejó la izquierda en su campaña, proponiendo eliminar al ejército de las tareas de seguridad. Andrés Manuel dijo que el ejército solo estaba para proteger de amenazas externas. Enrique Peña Nieto sostuvo la posición de mantener a las fuerzas militares en tareas de combate al narcotráfico, mientras Andrés Manuel intensificaba su campaña contra esta situación.
Una vez en el poder, algo cambió. Si fuera uno malpensado, diría que el ejército fue «comprado», ya que últimamente hemos visto que se le han dado atribuciones cada vez más importantes, como la construcción de megaobras que resultan fundamentales para la 4T.
Además, la población conoce perfectamente los vínculos entre las fuerzas castrenses y los grupos del crimen organizado. En realidad, no se ha combatido nada en estos seis años. Con la política de «abrazos, no balazos», el crimen organizado se ha mantenido inmerso en sus propios asuntos, sin preocuparse por el ejército. Al contrario, se han creado vínculos estratégicos y se nutre de personal e incluso equipo a través de medios ilegales.
Esperar que la presidenta Claudia Sheinbaum cambie de alguna manera esta política es casi imposible. El ejército se ha convertido en el pilar del gobierno, y ahora que ha adquirido poder económico, de decisión y de proyección, será más difícil alejarlo del poder o al menos mantenerlo como estaba antes.
Seguramente los generales querrán más poder, y el dinero les otorgará una mayor influencia que la que ya tenían. El potencial desastre que se avecina probablemente sea producto de esta vinculación absurda, en la que nada más y nada menos que los herederos de los grupos del 68, aquellos que repudiaron al ejército, hoy dependen totalmente de él. No tardarán en querer más poder y en actuar contra el pueblo para sostener el control que hoy les llena los bolsillos.
Este monero, descendiente de militares, mira con recelo el cambio que se está viviendo y cómo la población hace caso omiso a las propias palabras de Andrés Manuel y su séquito, antes de haberse corrompido de la mano de las fuerzas militares.