¿Por qué le temen a Alito?
La comentocracia. El reino de los opinólogos. Los activistas del teclado. Los vigilantes de la pantalla. Los expertos educados con videos de YouTube y artículos de Wikipedia. Los cruzados de las redes sociales armados con sus poderosos «likes», compartiendo a diestra y siniestra todo aquello que cae en sus filtros sesgados y que no son capaces de distinguir un bulo de un hecho. Al final, se excusan con su tradicional «si no crees, investiga,» cuando ellos mismos no investigan nada. Con qué facilidad toman partido y ondean una bandera o la otra. Algunos lo hacen porque se sienten descendientes de algún país involucrado en tal o cual conflicto. Otros siguen fervientemente a algún imbécil que cree saber más que todo el mundo.
Todos tienen derecho a una opinión. Pero el primer ejercicio que deberían realizar es saber si su opinión tiene el respaldo suficiente para ser emitida. No es solo porque causan molestias. Tampoco es porque su opinión vaya a cambiar el mundo como ellos creen. No. Pero desafortunadamente, un granito de arena puede ser tan molesto como cuando entra en un ojo, igual que cuando miles de millones de ellos se deslizan como en un deslave o derrumbe, arrasando con su inconsciencia cosas mucho más importantes. Solo que en el caso de un deslizamiento o deslave natural, es inevitable, mientras que tu opinión inútil te la puedes reservar y darte cuenta de que, por el hecho de que sean más de 2, 10, 100, 1000 o millones de personas las que piensen igual que tú, no significa que estén en lo correcto. La basura es molesta cuando vemos una pieza tirada en la calle o un montón bloqueando una coladera, pero es un problema grave cuando nos acercamos a un vertedero donde millones se acumulan. A diferencia de la basura, tu opinión no se puede reciclar, por cierto.
No pasó mucho tiempo desde que surgieron las primeras noticias sobre los conflictos entre Ucrania y Rusia hace dos años o entre Israel y Hamás en Palestina, cuando ya había cientos de personas involucradas en el tema, opinando, promulgando y compartiendo información escrita o multimedia con los sesgos correspondientes a sus gustos y creencias.
Este monero mira con tristeza en lo que nos hemos convertido. Admitiendo, claro está, que él es uno de los mismos a los que señala en este propio artículo. Así que la idea de este artículo, en realidad, es invitar a hacer un examen o reflexión sobre nuestra libertad de expresión y el derecho de opinión que tenemos. Tener el derecho de hacer algo no significa que debas hacerlo, sino que puedes hacerlo, pero es tu responsabilidad lo que hagas con ese derecho. No puede ser más claro, cualquiera lo puede entender. Simplemente atrévete a pensar. Pero infórmate primero. Verifica tus fuentes. Es muy fácil rastrear la información en las redes sociales. Hay personas que se dedican a desmitificar los bulos o fake news y pueden ayudarte a no caer en esa trampa. Investiga un poco sobre el tema antes de compartir. Aunque te guste mucho lo que están diciendo y te parezca lógico y resuene contigo, verifica, revisa, coteja y compara. Debemos ser responsables con cada libertad que hemos ganado para que un día valga lo que nos costó. Esto se aplica a todo, pero aún más a la libertad de expresión.