
Los niños que fuimos
En una democracia saludable, se eligen a los mejores ciudadanos de entre una sociedad para dirigir, administrar o gobernar una nación. En estos tiempos extraños en los que vivimos, quienes eligen ya no lo hacen basándose en las capacidades de los candidatos. De alguna manera, la fama de estos personajes opaca cualquier razonamiento colectivo.
Antes, la reputación de un candidato era trascendente. Las personas que aspiraban a servir a la patria gobernando debían tener una vida intachable y esforzarse en su preparación y experiencia de servicio. Pero hoy elegimos gobernadores que han pasado por procesos judiciales en la cárcel y futbolistas claramente incapaces y completamente entregados a la corrupción desde su propio proceso electoral. De alguna manera, el pueblo les da una oportunidad para demostrar que «sí se puede» y que tienen la capacidad para crear un estado armónico y funcional. La mayoría de las veces, lo único que logran es un constante estado de justificaciones y autoritarismo, como ha sucedido en el caso de Veracruz con su gobernador actual, Cuitláhuac García. Este, por ejemplo, fue elegido como una respuesta rencorosa de los electores al mal funcionamiento de los dos partidos que habían estado moviendo el pandero en las últimas décadas, el PRI y el PAN. Pero quedó demostrado que ser una basura inservible e incapaz no es privativo de un solo partido. Ningún partido en realidad limpia y purifica el historial de sus políticos.
Actualmente, todos esos factores que hemos comentado y que funcionan para crear el currículum de un político para ofrecer al pueblo en una elección son ignorados, para bien o para mal. Incluso son sobrepasados, ya que actualmente se están presentando candidaturas de personajes que, habiendo ocupado cargos políticos importantes y demostrado ser corruptos, negligentes, incapaces y padeciendo de ese hermoso egocentrismo que linda con la tiranía que tanto hemos estado evitando.
No se necesita tener mucha memoria, por ejemplo, para recordar que el doctor Hugo López Gatell, quien funge actualmente como subsecretario de prevención y promoción de la salud en el gobierno federal y quien estuvo a cargo de los esfuerzos contra la pandemia de COVID-19 en México, resultó ser una persona decepcionante. Lo quisieron vender como un superhéroe, llegando al punto en que se convirtió en una celebridad o influencer más que en un administrador público. Entre sus muchos pecados estuvo el poner por delante los deseos ridículos y sin sustento de su jefe, el presidente Andrés Manuel, en lugar de las verdades científicas recomendadas a nivel global, lo que nos llevó a una mortalidad superior a la que podría haber sido si hubiera actuado de manera oportuna y con inteligencia. Además, fue un terrible ejemplo personal para los individuos que observaban su desempeño y a quienes les pedía el uso de cubrebocas y resguardarse en sus domicilios mientras él no lo hacía. Este monero piensa que lo único que le queda como capital político es la simpatía de su líder y de su propio partido. Claro, además de la ceguera y sordera de quienes prefieren ser ignorantes voluntarios y eximir de toda culpa a todos los integrantes de la 4T.
Y, por supuesto, lo que decíamos al principio, el arraigo en la débil memoria pública que confunde a un personaje ampliamente conocido pero «maleta» con un personaje que podría ser capaz de gobernar a casi 20 millones de mexicanos en la ciudad más grande e importante de América Latina.