Reviven en Tamaulipas caso Mijis con citatorio a activista Frida Guerrero
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 8 de febrero de 2019.- La puerta clásica de olor a pino –en la otrora oficina delegacional de Prospera- no pudo diluir esa pestilente fritanga. Detrás alguien violentaba la dieta sana, aunque lo peor fue la alteración extrema de la misofonía, mientras el comensal chocaba los dientes violentamente entre comida basura.
Al pasar el umbral la sorpresa sería mayúscula, ahí estaba Gabino Morales, el despreocupado protagonista de las dentelladas en amena compañía de al menos cinco trabajadores de la naciente Secretaría del Bienestar, haciendo las veces de rémoras.
El desconcierto estaba lejos del contexto gastronómico, era más bien repulsión tras haber recorrido el edificio en búsqueda del funcionario y toparse con la afianzada negativa de sus vasallos: “El delegado no está, salió a una comisión, su trabajo es cien por ciento territorial”, lo que no aclararon es que la encomienda era culinaria y a 20 metros del sitio.
Todo indica que Gabino tiene hambre, de un platillo arrogante, aderezado con falsedad y todo lo que “no come” la autollamada cuarta transformación. Sus manjares predilectos están lejos de la honestidad con la que tanto se vanagloria su jefe, Andrés Manuel López Obrador, cuando clama como disco rayado: “No robar, no mentir y no traicionar al pueblo”.
Al menos él predica con el ejemplo diario, en su ya desgastada conferencia de prensa matinal.
La conducta del funcionario potosino es opuesta y así lo demostró mientras clavaba los dientes para saborear al mismo tiempo el resabio de la mentira; dejó pues de atender los asuntos importantes en los que -apenas el martes pasado- dijo estar trabajando.
Mientras Gabino devoraba su bocado, el pueblo bueno (al que pagan con amor en la 4T) se formaba para ser atendido por la única joven presente en ventanillas. Ancianos que a duras penas pueden caminar, hicieron antesala por mucho tiempo, quizá sin haber desayunado. Otros, menos pacientes, se marcharon.
Un asistente, de esos que ya no iban a existir en las dependencias del Gobierno Federal, perjuró que Morales Mendoza no estaba en el lugar; mientras abajo, en esa pequeña oficina alejada de la vista de los curiosos -y de los ciudadanos, faltaba más-, Gabino daba cuenta, parsimoniosamente de las suculentas gorditas de chicharrón, deshebrada y frijol (sin gorgojo, seguramente).
Como en un flashazo, pasó la escena de la puerta entreabierta. Un par de miradas que chocaron y la gordita a medio comer, marcaron el breve encuentro sorpresa con el delegado de López Obrador.
Sin mediar palabra, otro ayudante (como los que solo abundaban cuando rigió la llamada Mafia del Poder), cerró intempestivamente la puerta a esta periodista.
Después, nada. Cero explicación a la infamia, solo el comentario más inverosímil que la promesa misma del verdadero cambio: “Está ocupado, no te garantizo que te pueda atender, dice que si vuelves más tarde. Es que tiene mucho trabajo”, el mismo colaborador, asomando la cabeza y aun rumiando.
La puerta de pino se cerró, con la mescolanza de infamia, condimentos y patanerías en el interior.
(Buen provecho al hambrón).