Rómulo, baja colateral en la pugna de Américo y Cabeza de Vaca
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 3 de febrero del 2019.- Rosario, una mujer de estatura media, morena, su piel quebrada por el frío, ceniza, algunos chinos desparpajados salen de su peinado de coleta, ataviada con un ligero pants color rosa, platica cómo ha sido el camino. Tiene 48 años, originaria de Honduras, hace poco más de 15 días que dejó su casa, su esposo y a cuatro de sus hijos para en compañía de su hijo adolescente de 17 años emprender rumbo hacia un nuevo destino, con la finalidad de mejorar las condiciones de vida de sus seres más amados, a quienes desconoce si los volverá a ver, pero esa es la idea, reencontrarse cuando haya reunido el dinero suficiente para dar un giro de 180 grados.
Apenas han avanzado mil 732 kilómetros, ella llegó un día antes que la caravana que arribó a SLP el pasado viernes a mediodía; a veces a pie, otras en auto, pidiendo aventón, aún le faltan 896 kilómetros para llegar a la frontera de México con Estados Unidos, el momento será decisivo: a donde dirigirse como destino final, de allí depende cuanto más tenga que caminar, nadar o avanzar en algún vehículo, todos estos momentos, la han invadido de temor a ser víctima de algún delito, aunque ya lo fue. En Guatemala, al pedir un ride, fue asaltada por el conductor del vehículo, que se llevó todo lo que llevaba en ese momento. “Hay gente buena y gente mala, pero es más la buena, no me puedo quejar, a mí me ha ido bien”, dice con los ojos cristalinos, a punto de derramar lágrimas.
Al escuchar su historia, aunque no tan trágica, no puedo evitar estremecerme, la siento vibrar, con ganas de redirigir su rumbo y regresar a casa, pero la pobreza extrema en la que vivía en Honduras, la hace empuñar las manos y apretar los dientes, se contiene, no derrama lágrimas, respira y suelta la frase “pero no regresaré, lo he pensado, pero no me voy a rendir, con la ayuda de Dios llegaré hasta Estados Unidos y sé que allí me espera una vida dura de trabajo, pero las condiciones serán como vivir en un palacio, no como en Honduras, que comíamos al día, si es que comíamos”, enfatiza.
Luego de salir de Honduras, solo con una mochila y algunos cambios de ropa, además de una sábana casi transparente partió hacia Guatemala; Rosario dijo que la gente fue buena, que los arropó, al igual que las autoridades.
“El trayecto es duro –dice- hemos sufrido, hemos venido exponiendo nuestra vida para llegar hasta aquí, gracias a dios no nos ha sucedido nada malo, porque siempre estamos confiando en que Dios nos guarde y nos proteja, pero es un camino difícil».
Mencionó que la casa de caridad Hogar del Migrante, es una luz en su camino, se siente segura, que es lo primordial en estos tiempos violentos, además de que la han proveído de alimentos, ropa, zapatos, cobijas, todo lo necesario.
Su frase diaria y en varios momentos es “Dios mío, dame fuerzas para seguir adelante, el frío nos ha calado hasta los huesos, lo que traemos no es suficiente para abrigarnos y protegernos, la sed, el hambre, a veces hemos caminado sin descanso desde antes de que amanezca hasta cuando oscurece, hemos dormido en los suelos terminales, yo nunca imaginé que algún día pasaría por todo esto, pero no nos vamos a detener, vamos a llegar”, asegura.
Explicó que está pensando hacia dónde dirigirse, aún no tiene claro hasta cuando permanecerá en San Luis Potosí, pero si se queda, el tiempo que requiera, necesita conseguir empleo para sobrevivir ella y su hijo, insiste que no sabe qué decisión tomar, no hay un panorama claro, pero está consiente que debe ser valiente, por ella, y por su hijo.
Reitera, que debe tener fortaleza, quiere ayudar a los hijos que dejó en Honduras, para que tengan una mejor calidad de vida y por supuesto, una mejor educación.
Rosario se quiebra, comienza a derramar algunas lágrimas, pero aguanta, se esfuerza por parar “te voy a decir por qué he salido de mi país, no tengo empleo, ni mis hijos ni yo, la vida es dura, las carencias son interminables día con día, mis hijos no vendrán a reunirse conmigo, ellos desean quedarse en casa, mi esposo tampoco vendrá, duele, algún día regresaré a mi hogar, cuando yo cumpla mi objetivo será cuando regrese, iré a trabajar, me esforzaré para que dentro de poco pueda regresar”.
No pude evitar sensibilizarme ante su historia, a pesar que no ha sido trágica, el rostro de esa mujer me dejó marcada, dejar a un hijo duele, pero dejar a la familia derrumba anímicamente, aún así ella mantiene la esperanza de volver algún día, porque ellos estarán allí esperándola, valorando lo que dejó por salvar de la pobreza a los que parió y con quien inició una vida familiar, volverá, volverá cuando no haya incertidumbre sobre la pregunta que la acechó durante años ¿cómo haremos para poder comer ese día?. Cuando esta pregunta quede en el olvido, volverá a Honduras.
Rosario me bendijo y me fui de ese lugar lleno de historias, mientras las miradas de decenas de centroamericanos que estaban alrededor, me veían suspicaces. Le desee buena suerte a Rosario, la admiré por ser valiente. En mi memoria quedará ese abrazo que nos dimos ambas envueltas en llanto.