Diana Sánchez Barrios, de los baleados en el Centro Histórico
El enemigo mayor de la movilización ciudadana no es el presidente López Obrador; su grosera hostilidad y agresión calumniosa al movimiento más bien ha servido de incentivo; ocurrió el 13N y se repitió el 26F. Tampoco son los legisladores de Morena y su dirigente Mario Delgado, quien tuvo el empacho de decir que los del domingo salieron a dar la cara por el narcoestado. Ellos son malquerientes y todavía más, desean el fracaso de la movilización, especialmente la que se proyecta en votos. No son sus opositores quienes más pueden afectar la rebelión ciudadana.
Lo que más puede dañar al movimiento es la confianza y el no avanzar en fórmulas de organización que les permita lograr sus objetivos legales y políticos, así como hacer de las voluntades acciones concretas, organizadas y orientadas a propósitos específicos como puede ser la observación y vigilancia de la elección y que la energía social impulse triunfos electorales para un auténtico proyecto ciudadano ulterior. Parece un contrasentido, pero los ciudadanos necesitan de la política y en una democracia esto fatalmente se traslada al terreno electoral y, consecuentemente, al partidista.