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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 15 de diciembre de 2018.- El ambiente era hostil, de indignación e impotencia. Frente a la escuela primaria Javier Rivera García, padres de familia llevaban consigo carteles en las que se leían: “Nuestros niños también tienen derecho a la justicia”; “no más abusos” y “fuera a la directora”.
Ello por el caso de un menor abusado sexualmente en ese plantel.
A través de un megáfono se escuchaba a Rosa Martha Cardona García, tía de la víctima, exigir la destitución de la directora y que saliera de su oficina a darles la cara para responder a las denuncias de padres de familia sobre diversos casos de acoso escolar.
Para estos papás la situación era indígnate; señalaban que enviaban a sus hijos con la confianza de que iban a aprender, a estudiar, no a sufrir violencia y condenaban los docentes ignorasen dicha situación.
Entre gritos y casi hasta llegar a las lágrimas, Rosa Martha, relataba la situación de su sobrino a la multitud, que en ocasiones la interrumpía para mostrar su descontento.
Y así era como surgían otras historias. Una niña fue atacada en los sanitarios, donde le sumergieron su cabeza a un inodoro, en cuyo caso la directora le dijo en su momento le recomendó a la quejosa que “si no le gustaba, que la cambiara a otra escuela”. La misma actitud mostró en otro caso de un niño golpeado.
Momentos después, llegó el inspector de la zona, quien con cierto nerviosismo trataba de calmar los ánimos de los manifestantes. Con el semblante de un perro asustado y sin vía de escape, el funcionario les planteaba soluciones u otras opciones que llevaran a un arreglo.
Todas las propuestas fueron inútiles; ya se habían tratado con anterioridad sin llegar a buen término con María del Rosario Collazo Martínez, directora del plantel. Los manifestantes exigían su destitución y que nunca más practicara la docencia.
Con la llegada de elementos de la Policía Ministerial, los ánimos se fueron calmando poco a poco.
En un inicio, la turba clamaba el poco apoyo recibido de parte de los investigadores, pero entre platicas y al aclarar diversos puntos de confusión quedó establecido que los afectados contarían con toda la disposición por parte de las autoridades para hacer su trabajo.
Por un momento la situación parecía dispersa, se observaban discusiones en diversos puntos. En frente de la puerta de la escuela el inspector y por un lado el comandante encargado del caso del niño que sufrió abuso.
En eso llegaban más personas de la comunidad de Tierra Blanca, camionetas, directivos de la Secretaría de Educación de Gobierno del Estado (SEGE) y J. Guadalupe Castillo Celestino, director de la Policía Ministerial, que quizá temía la repetición de lo sucedido el pasado 8 de noviembre en una escuela de Milpillas, donde los padres casi linchan a un profesor acusado de abuso sexual.
Era un desorden organizado, pues los manifestantes cubrían varios puntos, parecía una división estratégica para no dejar libre a los tomadores de decisiones y plantear una situación que ha terminado por colmar la paciencia de los padres de familia.
A las puertas de la institución llegaban uno, dos, tres…. llegaron varios. Todos con el objetivo de entrar, entablar conversación con la directora y conocer a ciencia cierta los hechos ocurridos en esa escuela primaria.
Después de momentos de espera y cierta quietud, sale una de las madres que logró entrar a la conversación entre autoridades-directora para anunciar que se logró uno de los objetivos. Collazo Martínez dejaría de ser directora de la escuela primaria con efecto inmediato.
La noticia se recibió con aplausos, pero otras preguntas surgieron: “¿Qué iba a pasar con los culpables? ¿Cómo estarían seguros de que Collazo nunca regresaría a una institución educativa?, ¿saldría a disculparse con todos los padres de familia que fueron afectados?
Las respuestas que llegaron tenían un sabor amargo para todos: se desconocía la identidad de los agresores y aun conociéndolos, no se revelarían nombres para proteger su integridad; la profesora no tenía planeado salir, al parecer temía por su seguridad pues argumentaba que en la mañana había sido “empujada”.
Las inconformes pedían que la directora saliera a darles la cara: “vamos a jugar con ella”, “preséntemela por un rato”, “no le vamos a hacer mucho daño”, “hay que quemarla”, fueron algunos de los gritos que se pudieron escuchar ante una respuesta que fue insuficiente y que sin duda no bastó para que la furia disminuyera.
Las puertas se volvieron a cerrar. No hubo mayor exaltación hasta que llegó la madre del afectado quien rodeada por agentes, otras madres de familia y periodistas, contaba el estado de salud de su hijo y otros detalles sobre la denuncia.
Pasados unos minutos y cuando se le indicó ir con un agente ministerial el control se rompió.
La madre comenzó a llorar entre los brazos de otra mujer que la sostenía mientras se escuchaba decir alguien: “déjenla llorar” y así fue. Por unos minutos solo fue una mujer sufriendo por el dolor de su hijo mientras otra le brindaba un poco de consuelo.
Entre la salida de los niños del turno matutino, las personas se fueron moviendo y por un instante la razón de la manifestación se fue acallando, más no olvidada. Había personas atentas a cualquier movimiento repentino, algo que delatara que la directora fuera sacada de la escuela.
Y el momento llegó, las puertas laterales fueron abiertas. Collazo Martínez trato de hacerse pequeña, pasar desapercibida, ser invisible, pero había ojos demasiado atentos que gritaban “¡acá está, vénganse!”, mientras la maldecían a aquellos que les arrebataron de las manos la posibilidad de “jugar” por un rato con la directora.
Eso en el momento que la directora salió por una puerta lateral, acompañada por Castillo Celestino, quien la condujo para que subiera a una camioneta negra en la que fue retirada del lugar y él regreso al plantel. La rabia e impotencia de las madres inconformes quedo intocada.