Alumnas de Tamazunchale representarán a México en Luxemburgo y Colombia
El desenlace de la elección presidencial de Chile es una vuelta más a la tuerca de la reinvención de la política. Llega al poder un joven candidato disruptivo, asociado a la resistencia al orden de cosas. En el mundo y en México por múltiples razones, no sólo corrupción o pobreza, se pierde el aprecio de lo que existe; es más que una crisis del paradigma democrático liberal, y en el cambio mucho de lo bueno corre el riesgo de perderse. Como nunca, la sociedad dejó atrás el miedo al cambio, lo que entraña más riesgos que oportunidades. El sistema de representación queda expuesto al poder destructivo que acompaña a la seducción populista.
El ascendiente de López Obrador ahora se entiende. Se quiere el cambio por sí mismo. El líder deseable no es el que construye, ni el que cuida lo que existe. La intransigencia adquiere aprecio popular en la medida en que persista el ánimo de combate creado para llegar al poder. Simplificar lo complejo funciona. Impacta poco en el juicio popular el fracaso en el gobierno. El caso mexicano es dramático: nada hay que avale un buen gobierno, ni siquiera en la medianía. Sólo importan el repudio al pasado y la promesa de que nada seguirá igual, sin que haya claridad hacia dónde se va, ni se dimensiona el costo que ya lleva la aventura. La sociedad vive en la fantasía del cambio. No se trata de simple clientelismo o de manipulación de quienes menos recursos tienen para contener el engaño o advertir la mentira.
El rechazo a lo que existe es cuestión de fondo y remite más a la sociedad que al líder, más a la causa del descrédito del orden de cosas que a la calidad y confiabilidad de la promesa de cambio. Por elemental responsabilidad es obligado pensar en lo que viene, ya que la política tiene derroteros impensables. Lo cierto es que lo convencional no da para mucho, de allí que la reinvención de la política es la opción que sigue.
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