Oposición no regatea la unidad nacional ante llegada de Trump
José Alfredo fue y es un baluarte del lenguaje y música popular, contribución mexicana al mundo, referente global hispanohablante; la lengua, vivencia y sentimiento al servicio y la expresión de quienes, como pueblo, y por ello sentimos y vivimos, de ahí la relevancia y trascendencia del poeta popular nacido en Guanajuato, México.
Se le escucha en voz de homo, hetero y lo que sea por ser el sentimiento del amor y desamor en la vida diaria, la rudeza ofrecida por la realidad, pero sin amargura sino con viveza y ganas de sentir intensamente cada encuentro y desencuentro amoroso.
Per se define como una voz de quien la humanidad es y quiere ser.
Pues resulta que, en tiempos del Presidente López Portillo, hace unos 50 años, la entonces esposa del titular del poder ejecutivo federal interpuso su influencia para que la pieza maestra titulada “Llegó borracho el borracho”, del cantautor guanajuentense, fuera censurada por considerar, de parte de la citada primera dama, promovía el alcoholismo.
Absurdo entre los absurdos que la historia señala.
La ingesta del anhídrido inhibidor, de efecto en el lóbulo frontal, no ha sido, ni será, un riesgo por ser una forma de vivir y corresponder a la amistad, humanidad, humildad, sexualidad.
El exceso es otra historia.
Por ello, a la postre, es ridícula la prohibición y la censura; son las personas en su libertad quienes ejercen la patria potestad de ser felices en su propia vida, sin causar daño a terceros, como les venga en gana con influencia el OH o no.
El arte de Don José Alfredo, como otras artes, exige, no genera, conocimiento; dando vida a la forma de vivir.
Pues la Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI, ha permitido que la sociedad emprenda alternativas evolutivas en la digitalización de la realidad virtual, extendida o avatariana.
Los infantes del siglo XXI compiten, gestionan, aprenden, entre mucho mas, y establecen estatus y norma social mediada su propia vida y circunstancia.
Palacio Nacional se equivoca, una vez más, si pretende evitar, mediante el retroceso socio-temporal y tecnológico, que las nuevas generaciones usen y practiquen sus habilidades en videojuegos.
La ignorancia de Huey Tlatoani, así como la vejez de todo su equipo, es tan profunda y arraigada que lleva a México hacia el Siglo XIX.
Si el exceso trae riesgos, incluido hablar todas las mañanas para inducir agenda pública diaria, la CTI ha demostrado, científicamente, que la vida moderna propicia interconexiones neuronales al usar videojuegos durante las etapas de crecimiento cerebral; misma que se fija en las primeras dos décadas de vida de las y los humanos.
Una contradicción más del presidente de la república, así con minúsculas, es sobre las libertades, con tintes prohibitivos, a la definición individual y familiar del uso de videojuegos.
¿Acaso es Huey Tlatoani tan lopezportillista que prohíbe la pieza la maestra de Don José Alfredo, esa del borracho que llega a una cantina para declarar la pérdida de un amor ante el cantinero?
Por una parte, desde Palacio Nacional se deja que las personas se curen como animalitos del bosque, que las empresas, sin apoyo público, resuelvan la realidad circunstancial durante una pandemia.
Por la otra, desde el zócalo de la CDMX, se pretende regular las decisiones con matices moralinos sobre la patria potestad.
En esa misma dicotomía se pone foco y baterías populistas en las universidades públicas.
Son blanco de sus dichos, excediendo el marco del poder del Jefe de Estado Mexicano, y los ataques a aquellas instituciones educativas que optaron por la autonomía del Estado, como el caso reaccionario de la UNAM, y las otras que prefirieron la rectoría del estado, con postrera rectificación, como la Universidad de Guadalajara, con la única finalidad de distraer a la opinión pública.
No le importa llevar a las instituciones en CTI hacia el pasado, como las provisiones en tiempos de López Portillo; como en tiempos de la discusión entre Caso y Lombardo sobre la autonomía universitaria.