
Los niños que fuimos
El pasado 18 de octubre de 2021 la DG del CONAYCT publicó, en La Jornada, lo que parece la primera entrega de su ideario para dirigir ese consejo nacional; esta columna no lo había visto antes en blanco y negro.
Si fuera texto académico, con objeto de estudio en la ciencia, quizá sería aceptable, pero es uno para justificar las políticas públicas sin rumbo bajo su administración, es uno lleno de lenguaje populista; más para convencer al oído del Palacio Nacional de que está en la misma línea.
El ideario muestra grandes equivocaciones, desde las cuales se desprenden los actos de autoridad que resultan en el desastre actual que es CONACYT.
El tercer párrafo de la publicación, dice que es “peligroso en extremo, hacer de la ciencia una mercancía”.
Si se aísla a la ciencia como conocimiento, en un sentido académico, quizá sea así, pero omite la DG del CONACYT que la ciencia coexiste con la tecnología y la innovación; ¿acaso no usa la humanidad a la tecnología misma para generar mas conocimiento (equipo especializado comprado como RMN, XPS, Microscopía, etcétera)?
Ella misma en su vida diaria usa electricidad, medicina moderna, telecomunicaciones, computadoras, textiles, alimentos enriquecidos, combustibles y hasta lápices como mucho mas.
Todo eso fue en algún momento, en algunos casos sigue siéndolo, tema de generación del conocimiento, de la ciencia, pues, ahora son productos que se compran.
Para que cada persona tenga acceso a ello, se requiere producción de esos bienes tecnológicos, resultantes del conocimiento, mediante intercambios monetarios para la generación de riqueza, reflejada en empleos, recursos financieros, infraestructura y mas.
De la generación de riqueza, una parte puede ser reinvertida en conocimiento para derivar en nuevos productos tecnológicos que, de penetrar un mercado, serán innovación.
Esto no es mutuamente excluyente de un beneficio social que procure justicia y equidad, por el contrario; un caso es el de la electricidad y ciclo de frío – recordemos que Carnot no perteneció a pueblo originario alguno en nuestro continente- que, por ejemplo, ha permitido que familias conserven sus alimentos mejorando su nutrición.
El texto de la DG continua, entre reclamos al pasado, para asegurar que “en los últimos 40 años se ha edificado en México una comunidad científico-académica de mas de 70 mil miembros, consolidada”, escribió; resulta que CONACYT se crea en 1970, en el pasado mismo que le disgusta, desde cuando muchas personas nos hemos beneficiado de becas oficiales, incluyendo, seguramente, a ella misma.
Al margen de ello, una gran equivocación es asegurar que la comunidad está consolidada.
Es suficiente ver la razón, incluso con los 70 mil que ella cuenta, de profesionales de la CTI entre el total de la población nacional para observar que estamos muy lejos de la consolidación; ello sin contar que la escasa capacidad instalada está en riesgo por falta de mantenimiento causado por recientes deficiencias presupuestarias.
En su escrito infiere que, a partir de nuestra identidad nacional, léase pueblos originarios, se da sustancia “en torno a la producción y preparación de alimentos sin menoscabo del cuidado del ambiente y el uso medicinal de las plantas, así como otros enfoques tradicionales para promover la salud”, dijo, en una equivocación mas.
Si bien debe cuidarse el medioambiente, con la disminución en uso de químicos nocivos, no hay evidencia que las prácticas ancestrales permitan una producción de alimentos y medicamentos sostenible para el tamaño de la población actual; entonces, ¿cómo alcanzar bienestar social sin la CTI “occidental”?
Omite intencionalmente que a finales del siglo XIX muchas personas morían por condiciones insalubres e ingesta de alimentos descompuestos.
La soberanía de nuestro país, en sus palabras, requiere que la CTI impulse los productos del conocimiento insertados en un mercado, en compra-venta, con regulación del Estado para evitar abusos, así que la DG del CONACYT está muy equivocada.