Libros de ayer y hoy
Estamos en los albores de la dictadura moral. Un estrato superior que autoriza a una ética en particular a imponerse sobre el Estado de Derecho, marcado en la Constitución Jurídica.
El llamado a construir una Constitución Moral es el mismo canto de apareamiento de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador que acudieron a la farsa disfrazada de consulta para echar abajo el Nuevo Aeropuerto en Texcoco, y ahora reafirma los proyectos del Tren Maya, el del Istmo y otros temas menores, con predecibles resultados.
Pero el tema de la Constitución Moral, aún cuando se presenta como inofensivo código ético, tendrá la superioridad moral arrogada al líder el poder total, con el propósito de imponer lo que se le antoje, sobre el Estado de Derecho, de ser necesario.
No hay propósitos inofensivos o meramente deontológicos en este tipo de proyectos morales. Por ejemplo, es el principio rector en las Repúblicas Islámicas donde la certeza moral, anclada en creencias religiosas, está sobre la jurídica.
En estos momentos de transición, la altura moral de López Obrador justifica todas las decisiones, por fuertes que sean, aún a contracorriente de su gabinete, sin importar desplazarlos totalmente o inmutarse lo mínimo.
Esa altura ética que está tratando de institucionalizar con una Constitución Moral, justifica el golpismo a los estados de la república con los superdelegados, y la inmovilización presupuestal que derivó en el realineamiento de trece gobernadores opositores, con Javier Corral Jurado y Enrique Alfaro a la cabeza.
De igual forma le da para desmantelar el Ejército y la Marina en un cambio estructural histórico en las instituciones de México para crear una mezcolanza amorfa llamada Guardia Nacional, y utilizar las consultas al pueblo como una dualidad de sí mismo para imponer su voluntad, para reventar proyectos importantísimos, y levantar otros totalmente ocurrentes.
Y en este juego perverso con Ricardo Monreal y Mario Delgado, aparecen los rounds de sombra con los bancos, con el sistema financiero y la posibilidad de atraer la administración de las Afores al gobierno federal, lo que de nuevo tumbó este lunes la Bolsa Mexicana de Valores a 4.7%.
En la República Islámica de Irán, el Ayatollah Alí Jamenei está sobre el presidente de la república Hasán Rohani, electo democráticamente, y aún cuando Rohani es un religioso duodecimano, su predecesor Mahmud Ahmadineyad era laico.
Lo interesante es que en este tipo de estructuras es que el líder moral permanece hasta el fin, mientras el presidente electo cambia en cada periodo de comicios, o se reelige un periodo a lo mucho. Eso ocurrió con el Ayatollah Ruhollah Jomeini desde la revolución islámica en 1979 que derrocó al Sah Mohammad Reza Pahlaví.
No fundamento un paralelismo, pero la estructura sugerida por López Obrador, presuntamente tomada de pensadores y grandes hombres de la historia de México, mantiene un funcionalismo actual en diversas variantes de autocracias en el mundo.
La República Popular China lo necesitó en su momento, sin embargo, poco a poco se deshizo de la Revolución Cultural de Mao Zedong y llegó a los nuevos tiempos progresistas de Jiang Zemin, hasta Hu Jintao y al actual Xi Jinping.
La Unión Soviética después de la Perestroika de Mijail Gorvachov y Boris Yeltsin, para fines prácticos es territorio de Vladímir Putin desde hace 20 años o más, una forma de autocracia mucho más exitosa que la de los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba, y Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela.
Todas con un fundamento moral aterrador, aún cuando la Unión Soviética, China y Cuba fueron estados ateos donde la religión estaba prohibida, pero sustituida por el culto a la personalidad: Lenin, Stalin, Mao, Fidel… de Alemania hablamos en otro momento.
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