Libros de ayer y hoy
Los linchamientos son expresiones de la ausencia del Estado de Derecho que tarde o temprano iban a recalar cerca de cada uno de nosotros. Ejercer la justicia por cuenta propia es una práctica que dejó de ser distante para volverse habitual en nuestros tiempos.
Vimos señales antes, en 2004, cuando dos agentes de la Policía Federal Preventiva fueron quemados vivos y uno más fue herido de gravedad a manos de una turba enardecida, en la entonces delegación Tláhuac de la Ciudad de México. Los habían confundido con secuestradores de niños mientras realizaban trabajos de investigación sobre venta de droga.
Los refuerzos llegaron tarde al linchamiento, y cuando el sobreviviente logró salvar su vida sus dos compañeros yacían muertos por las razones equivocadas.
Versiones de testigos de aquel suceso sostienen que una señora de la zona, que junto con sus hijos vendía droga, soltó el rumor para evitar ser capturados. La idea de unos “secuestradores de niños” fue incendiaria, y esta se instaló con celeridad en la mente de los ejecutores.
El golpe se dio de inmediato. Fueron tras los agentes y los tundieron hasta matarlos. Nadie se cuestionó la inocencia de estos. Seducido por el rumor, el pueblo se dio al instinto colectivo.
Las personas suelen entregarse fácilmente a las cosas de hacer por encima de las de pensar.
A catorce años de los hechos en Tláhuac, hacer justicia por cuenta propia es una alternativa cada vez más recurrente. Ya lo dicen los analistas, “es la era del linchamiento”. No hay tiempo de detenerse a observar, a sopesar.
En un inicio se reacciona por instinto, por miedo. En un segundo plano por demencia. Las hordas no piensan, actúan. Se deshumanizan por completo. Se entregan al pánico. Son el caos puro.
También es cierto que las personas han dejado de fiarse del mundo. Vivir es una amenaza continua y en un lugar como México se sabe de antemano que no hay gobierno que asegure la integridad de nadie. Si uno no se defiende nadie más lo hará.
Sin embargo, el llamado debe ser otro. Hacer justicia por cuenta propia es una salida que acaso mitiga esa frustración que causa la ausencia del Estado, pero no es la solución.
Los hechos registrados esta semana en la comunidad de Milpillas, donde casi linchan a un profesor acusado de abuso sexual en una primaria, es una muestra del descontento, la sed de justicia, y la voluntad colectiva que no respeta procesos de investigación para dar con el culpable. Con toda razón, porque esos procesos tampoco han sido eficientes.
Si algo es claro es que el culpable, toda vez así sea demostrado con la ley en la mano, debe ser castigado. No hay duda de ello. De no tener certeza, se corre el riesgo de ajusticiar a quien no lo merecía porque nada debía al caso.
De seguir el gobierno con esta inoperancia los linchamientos serán cada vez más y más frecuentes. Pero no restemos responsabilidad al ciudadano, si estos actos se normalizan en favor de la justicia vendrá lo más grave, estaremos perdiendo la capacidad de análisis y con ello nos volveremos presa de cualquier chisme que se atraviese. Entonces bastará que de un momento a otro se dispare una lapidación derivada del rumor, como en Tláhuac, la sospecha, como en Milpillas, o la especulación como en los tiempos de la Santa Inquisición.