
Los niños que fuimos
Imagine usted que llega a una terminal remota, sube a un tren autónomo, eléctrico, que le lleva a una puerta de abordaje.
El tren tiene un exoesqueleto expandible y al interior un vagón dónde los pasajeros, todos, van con asiento asignado.
Al llegar a la puerta, el tren se detiene, expande su exoesqueleto y de él emergen de dos a cuatro vagones.
Los vagones, también autónomos y eléctricos, salen del tren, están llenos de pasajeros; se trasladan a cada puerta de embarque e ingresan al fuselaje articulado de un avión, por eso los asientos están asignados desde el inicio.
También llevan al personal que asiste el vuelo, sólo los pilotos están en la cabina de la aeronave.
Con cada vagón dentro de cada avión, las compuertas son cerradas y aseguradas, los sistemas interconectados y verificados, así cada aeronave se presta a despegar.
Entretanto esos vagones ingresan a las aeronaves para el despegue, hay otros; son unos dentro de aviones que recién aterrizaron.
De los aviones recién aterrizados salen esos otros vagones, también con pasajeros pero que arribaron a destino, ingresan al tren, el exoesqueleto de ferrocarril se cierra para asegurar el traslado de personas a la puerta de desembarque.
El aeropuerto tiene varias puertas de embarque como ésta, cada una con la estructura automática de abordaje y desembarque.
Todo coordinado como robots en industria llamada 4.0.
Se aprovecha el conocimiento en redes complejas, automatización, robótica y telecomunicaciones; con monitoreo e interconexión, así como la cooperatividad autónoma.
Para que los aviones articulados logren sustento al volar requieren nuevos materiales, compósitos de aluminio, recubrimientos nanoscópicos para disminuir ficción al aire, tanto como depósitos monoatómicos de grafeno para conducir señales y electricidad de baja potencia.
Se ha logrado reducir el peso del artificial y gran vencejo para buen despegue y sustento aéreo aun con su vagón dentro.
Incluso se reduce el consumo de combustible fósil ya que serían aeronaves híbridas; parte de la propulsión al consumir turbosina otra parte, en velocidad crucero, soportada por impulsores eléctricos.
Toda esta historia todavía no es realidad, pero no me sorprendería que se lograra ver en algunos decenios.
Vale la pena decir que no es ciencia ficción, sino proyección de quienes construyen soluciones, beneficios a la sociedad, con Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI.
Mientras, en aquellos países donde no usan la CTI, se pisan las agujetas solos; no se pueden poner de acuerdo dónde poner un aeropuerto clásico, aunque fuera pequeño.
Sus decisiones les destinan a la dependencia tecnológica; a la zaga.
Tampoco les queda claro qué autoridad debe definir sobre controversias al espacio aéreo; que si la de la capital nacional, que si la del estado libre y soberano colindante, eso a pesar que el aeropuerto esté bajo construcción en territorio del segundo.
Esa clase de país detiene construcción de aeropuertos, inicia nuevos, ninguno con la tecnología descrita arriba; como cangrejos en cubeta, de esos que no hay que tapar porque solos bajan a quien desea salir del bote.
No respetan las reglas escritas y convenidas como mandato social, incumplen el apoyo a la CTI entre otros ámbitos de su responsabilidad y competencia.
Ignoran la CTI como herramienta social para la salud, la educación, la movilidad social ascendente, el cuidado medioambiental y ecológico, la generación y uso eficaz de electricidad, etcétera.
En esos países, la atención de tomadores de decisión sólo presta atención en modificar las reglas para alcanzar una silla y cuando no sale la jugada las vuelven a cambiar; desgastan su propio país.
Sin inversión en CTI, son destinatarios de tecnología obsoleta; quizá aterricen los nuevos aviones, los pasajeros saldrán como hace medio siglo, por una puerta y, si bien va, a un gusano que les devora sin mayor beneficio que escaleras eléctricas, a veces detenidas por falta de mantenimiento.
La historia se repite en mas necesidades públicas mexicanas.