Llegará Estado de silencio a Netflix este jueves
“Cuando un amigo se va
Queda un tizón encendido
Que no se puede apagar
Ni con las aguas de un río”
Alberto Cortez/José Alberto García Gallo.
Conocí a Julio César Galindo Pérez hace unos treinta años, en el Taller de Oratoria de la División de Extensión Universitaria de nuestra Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Nuestro maestro fue Pascual Guillermo Gilbert Valero, quien mucho nos enseñó, no solo sobre oratoria, también sobre principios y valores. Para decirlo con sus palabras, el maestro Gilbert insistía en “la verticalidad de vida, palabra, pensamiento y acción como responsabilidad fundamental de quien pretende argumentar, persuadir y convencer a los demás”.
Julio fue un alumno muy aventajado de ese Taller. Excelente orador, de palabra bella, vibrante y convencida, palabra soportada en los principios en los que él creía, entre ellos la justicia, la libertad y la democracia, en un tiempo en que los tres conceptos eran difíciles de convertir en realidad. Por lo mismo Julio Galindo era un joven valiente para expresar su verdad ante auditorios, que, por su signo político, le eran adversos y, aun así, les arrancaba calurosos aplausos.
Julio admiraba al Doctor Salvador Nava Martínez. Recuerdo un concurso de oratoria, celebrado en un salón del Edificio de las Cajas Reales, unos días después de la muerte del Doctor Nava. Al subir a la tribuna, Julio lo primero que hizo fue invitar a todos los presentes a ponerse de pie y rendir un minuto de silencio en memoria del Doctor Nava. La anécdota no sería relevante, a no ser porque el auditorio estaba lleno de adversarios opuestos al Doctor Nava. Y se pusieron todos de pie y guardaron un minuto de silencio.
Alguna vez, hace muchos años, lo fui a buscar a su casa porque hacía algunas semanas que no acudía al Taller de Oratoria. Fui a invitarlo a inscribirse en un Certamen de Oratoria. Estaba con su papá, me lo presentó, me invitaron una Corona bien fría, platicamos. Como buen vallense, amigable, de sonrisa franca, amable, buena persona, siempre de buen humor. Julio era muy educado, de muy buenas maneras, hombre respetuoso y con valores.
Hace años, también, tuve la fortuna de conocer a su hermosa familia. En ese entonces sus hijos estaban pequeñitos, una niña y un niño güeritos, muy limpios, muy bien vestidos y muy guapos.
Hace unos meses hablé por teléfono con él, después de muchos años de no vernos. Nos tomamos tranquilamente hora y media de charla, nos pusimos al tanto de muchas cosas. Sus palabras me revelaron cuánto quería a su familia y, algo que es común en quienes somos papás varones, me habló mucho de su hija y cuánto la quería. Expresó cosas hermosas de su esposa, de sus hijos.
También hablamos de sus planes para San Luis Potosí. Qué hombre tan convencido de que debemos preservar nuestra inversión extranjera directa, multiplicar los empleos, favorecer el potencial y dinamismo de los emprendedores locales. Julio tenía una de las visiones empresariales más comprometidas y más avanzadas que he percibido. No podía ser de otra manera porque en él, desde joven, vi un sentido de negocios, de justicia, de participación, de ganar-ganar, como en pocas personas lo he visto.
A Julio lo vi crecer como ser humano, como empresario. Es de las personas que ves y piensas que el esfuerzo y el trabajo constantes rinden frutos, porque él era un hombre muy trabajador.
A unas horas de tu muerte, entre el estupor, la rabia, la tristeza, los recuerdos, pienso que tu vida, Julio, nos obliga y compromete a luchar por lo que tu creías, por lo que tu anhelabas para este dulce y bronco solar potosino.
Julio, amigo, para mí fuiste un hombre bueno, que salió adelante por su familia, un adversario juvenil, en los concursos, al que respeté y respeto, te reconozco como un par que merece mi sincera admiración. Hoy me dueles y lloro, como seguramente muchos lloramos tu injusta partida de esta tierra, pero contigo todos ganamos un ángel que ahora nos cuida desde el cielo. Un abrazo hasta allá.