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Oposición no regatea la unidad nacional ante llegada de Trump
En la novela de Robert Louis Stevenson nos encontramos con una indagación en la duplicidad de la naturaleza humana. Lo que en un principio iba a ser tan sólo un thriller, esa primera versión que Stevenson escribió en tres días y que, al no satisfacer a su esposa Fanny, quien exigía mayores y más profundas implicaciones, él arrojó al fuego, se convertiría, a través del trágico personaje del doctor Jekyll, en paradigma de la dualidad y del poder destructivo del mal.
Es, sin duda, digno de consideración el hecho de que Jekyll sea un hombre de ciencia. Doctor en medicina, investiga las transformaciones fisioquímicas del cuerpo humano, y ha convertido el teatro de operaciones que se encuentra anexo a la casa que el doctor compró a los herederos de un cirujano, en un laboratorio. Los experimentos de Jekyll tienen directa relación con la idea que ya expusiera Humphrey Davy en 1802 en su Discourse Introductory to a Course of Lectures on Chemistry. Según Davy, la química es «la parte de la filosofía natural que relaciona aquellas íntimas acciones de los cuerpos unos con otros, por las cuales se alteran su apariencia y se destruye su individualidad». Conocido en la casa como laboratory o dissecting room, el lugar donde el doctor Jekyll lleva a cabo sus investigaciones se convertirá, como en el caso del doctor Frankenstein, en lugar de aislamiento. Cuando Mr. Utterson, el amigo abogado de Jekyll, pone allí el pie por primera vez, su mirada percibe lo sombrío e inquietante del lugar, visitado antes asiduamente por los estudiantes del cirujano.
El científico, que de forma habitual permanece largas horas encerrado en su laboratorio, irá recluyéndose aquí de forma progresiva a medida que se va produciendo su también progresiva deshumanización. Jekyll, consciente del carácter dual de su propia naturaleza, sabedor también de que la dualidad es inherente al ser humano, ensaya en su persona una droga compuesta por él mismo capaz de disociar de forma total los dos elementos opuestos que coexisten en su interior. El doctor Jekyll, hombre de cierta edad, sabio y respetable, aunque con algunas tendencias disolutas y propenso a placeres no muy edificantes, tras tomarse su propio brebaje experimentará alteraciones fisioquímicas que le convertirán en otro ser tan opuesto a él en temperamento como en apariencia. Sus dos personalidades, por medio de sus métodos científicos, se escinden dando lugar a dos criaturas diferentes, el doctor Henry Jekyll de siempre con su aspecto venerable y su elevada estatura, y el siniestro Edward Hyde, pequeño, ágil, joven, de aspecto tan repulsivo como amedrentador.
Tras tomar por primera vez su droga, el doctor Jekyll pasa por tremendos sufrimientos físicos a medida que su persona se transforma, pero, tras la agonía de la metamorfosis, tiene, ahora en la piel de la nueva criatura, una exultante sensación de vitalidad, de fuerza, de total despreocupación. Libre de las ataduras morales que sujetan a toda persona y la impiden llevar a cabo determinadas fechorías, el doctor Jekyll, ahora ya convertido en Hyde, disfruta de una libertad desconocida por él hasta este momento. La sensación es «dulce», como él mismo afirma en su confesión final, si bien su instinto es malvado y criminal.
Lo «dulce» de la sensación de libertad exenta de principios éticos para dar rienda suelta a los instintos más perversos es, ciertamente, algo perturbador, como también lo es el hecho de que el doctor Jekyll, una vez realizado su experimento, decida sacar provecho de su nueva persona y realizar como Mr. Hyde todo tipo de actos criminales con la segura impunidad de cambiar a voluntad de aspecto y escapar a la justicia bajo la apariencia de ejemplar ciudadano. La ciencia hará esto posible. La composición química largo tiempo estudiada hará de Jekyll también un dios. Como ya hicieran Fausto y Victor Frankenstein, Jekyll traspasa los límites morales de la mano del dominio científico. Como Frankenstein y su criatura, el doctor Jekyll creará un monstruo a partir de sí mismo del que ya nunca podrá escapar. Jekyll, seguro en un principio de que puede controlar su invento, utiliza su brebaje ya para ser Jekyll, ya para ser Hyde, sacando partido de ambos estados, adormeciendo su conciencia cuando es Jekyll, buscando el aspecto libre de toda sospecha del doctor Jekyll cuando es Hyde y, aunque carente de todo arrepentimiento, teme ser ajusticiado por asesinato. Pero como sucede en los casos de Fausto y Frankenstein, el control es tan sólo una ilusión. Ninguno de los tres científicos, una vez dado el paso transgresor, es capaz de controlar la situación. Las consecuencias de la misma son de nuevo incontrolables, imprevisibles.
En la novela de Stevenson existe un elemento que, a mi entender, además de cumplir su función en el engranaje de la trama actúa como poderosa metáfora: la puerta. Ya en el primer capítulo de la novela es una puerta la que ostenta protagonismo tal y como atestigua su título, «Story of the Door». Es una puerta la que trae a la memoria del señor Enfield lo que cerca de ella sucedió teniendo como protagonista al siniestro Edward Hyde. A partir de aquí vemos cómo el doctor Jekyll, tras haber abierto la puerta (esta vez hablando metafóricamente) a su otro yo con su brebaje, abre todas las puertas de su casa a Hyde quien, como es lógico, puede entrar en y salir del laboratorio siempre que lo estime oportuno o necesario. El mal que se hallaba encerrado y controlado dentro de los confines del cuerpo de Jekyll se escapa, gracias a su saber científico, y toma cuerpo en Hyde. Es la droga de Jekyll, junto con sus deseos inconfesables, la que abre la puerta al mal. Y el mal, como sucede con Fausto y con Frankenstein, como sucede en las grandes tragedias, una vez que queda en libertad, cuando se le abre la puerta, es una fuerza incontrolable que se apodera de todo lo demás.
El sólido y potente cerrojo que Jekyll se hace instalar en la puerta de su laboratorio para cerrar literalmente la puerta a su tentación resulta ser ineficaz. El doctor Jekyll intenta, ya tarde, cerrar la puerta a Hyde dejando definitivamente de tomar su droga. Pero la fuerza de Hyde es tal, que aparece sin necesidad de que Jekyll la tome: el cuerpo del doctor se convierte cuando él menos lo espera y menos lo desea en el monstruoso cuerpo de Hyde, nombre que recrea la idea de lo oculto, lo escondido, a través del verbo homófono inglés to hide (esconder, ocultar). Una vez que Hyde toma cuerpo y sale a la luz, terminará por no poder esconderse ya en el cuerpo de Jekyll porque será más poderoso que éste, porque el mal traspasó la puerta. Jekyll se la abrió. La ciencia, en manos de un doctor como Jekyll, puede ser una puerta abierta a la destrucción.