Ser periodista es, jugarse la vida
En 1992, James Carville, asesor electoral del entonces candidato presidencial, Bill Clinton, ganó relevancia mundial cuando acuñó la frase que definió la campaña ganadora del hasta entonces desconocido gobernador de Arkansas.
“¡Es la economía, estúpido!”, repetía una y otra vez a “los hombres” de Clinton, quienes no entendían que al electorado norteamericano le importaba poco –si no es que nada–, que el presidente George Bush padre, buscara la reelección apoyado en la política exterior, más que en los problemas internos y cotidianos de la gente.
Carville entendió que antes que la “Guerra Fría” y “La Guerra del Golfo”, los votantes estaban urgidos por encontrar una esperanza para sus bolsillos; para resolver sus necesidades elementales; para atender el día a día que al gobierno de Bush poco o nada le importaba.
Por eso la insistencia de Carville en una estrategia doméstica que se sintetizó en la frase que, al final, empujó la victoria de Clinton sobre el entonces poderoso Bush: “¡Es la economía, estúpido!”
Y viene a cuento el tema porque en el México del nuevo siglo, del gobierno de López Obrador; en el México de la pandemia, de la debacle sanitaria, la crisis económica y la tragedia por la violencia y la inseguridad; en el México que ha sido convertido en un cementerio, el locuaz presidente Obrador insiste en sus proyectos faraónicos, en la siembra de odio, en el engaño y la mentira, antes que velar por lo elemental; por la salud y la vida de los ciudadanos, quienes hoy mueren, abandonados a su suerte.
No hay –en los tiempos electorales mexicanos de hoy–, un James Carville capaz de exlicarle no sólo a López Obrador, sino a los políticos opositores y a los ciaudadanos, en general, que a nadie le importa el fraude motejado como “la terminal avioneta” de Santa Lucía y menos los desastres cológicos de Dos Bocas y el Tren Maya.
A los ciudadanos mexicanos tampoco les importa el odio que todas las mañanas siembra el presidente; no les importa la catarata de insultos, ofensas, difamaciones y calumnias lanzadas por el presidente contra sus críticos y, en rigor, a los ciudadanos “les vale madre” que el gobierno y su partido inventen todos los días distractores propios de una sociedad de idiotas, como el intento de censura de las redes sociales
Lo cierto es que los mexicanos quieren regresar a lo elemental y a lo contidiano; quieren un gobierno con los piés en la tierra; un gobierno capaz de ofrecer resultados, antes que declaraciones; un gobierno que haga, no que sólo diga; un gobierno capaz de entender que el protagonista en toda democracia que se respete es el ciudadano y sus demandas, no las vanidades y las locuras de un psicopata mentiroso, como López Obrador
¿Y qué es lo elemental y lo cotidiano que reclaman los ciudadanos?
Parafraseando a James Carville, los ciudadnos entienden que el problema de fondo, la exigencia fundamental, “es la pandemia, estupidos!”
Sí, antes que discursos, que obras faraónicas y actos de fe; antes que mentiras como el circo del Aeropuerto de Santa Lucía o que el “gobernador de Palacio”, los ciudadanos exigen atención médica de calidad, camas de hospital bien equipadas, vacunas y campañas de vacunación, medicinas, médicos… los ciudadanos quieren que su gobierno les brinde lo elemental; la seguridad para su salud y su vida.
Quieren la salud, la vida, la atención médica, la seguridad del otrora Seguro Social y del destruido Seguro Popular.
Quieren la seguridad pública, la tranquilidad y la no violencia; los ciudadanos quieren gobiernos capaces de resolver los básicos sin el odio cotidiano, sin la calumnia y menos la difamación que lanza el gobierno todas las mañanas.
Los ciudadanos quieren empleo seguro, no quieren promesas y tampoco mentiras; no qieren migajas y quieren crecimiento económico real, antes que declaraciones mentirosas y sueños incapaces de cumplir.
Los ciaudadanos quieren que los partidos y los políticos discutan y debatan sobre los grandes problemas nacionales; quieren que los políticos y los gobernantes resuelvan esos problemas, pero no quieren que los partidos empujen el odio y la división entre hermanos.
Hoy, estúpidos de la política –en México, igual que en las elecciones norteamericanas de los años 90–, el problema de los partidos, del gobierno y de Palacio, “¡es la pandemia!”.
“¡El problerma es la pandemia, la salud, la vida, la economía, la seguridad… estúpidos”.
¿Lo entendieron?
Al tiempo.