El episcopado ante el ‘segundo piso de la 4T’
Tercas en su empecinada lucha contra la realidad, comprometidas con su tesis de doma de la pandemia, a las autoridades no les quedó de otra: ante la saturación de los hospitales, públicos y privados, encendieron las luces rojas sobre la zona metropolitana del Valle México.
Tras muchas evasivas, subterfugios y simulaciones, todo cayó por el peso de los contagios en ascenso, la escasez de servicios médicos, la fatiga del personal sanitario y la indisciplina social. Todo quedará cerrado durante 23 días. De aquí al 10 de enero hay nada que hacer.
El control, tras el descontrol, llega cuando el país registra casi 116 mil muertos y un presidente para quien los cubre bocas no son recurso sanitario, sino símbolo de censura, ataque a la libertad, mordaza y bozal. Grave error.
El descontrol es evidente en hospitales colmados. Panteones y crematorios también están a reventar.
Hoy tenemos por delante la clausura de muchas actividades, cuyo cierre no hará sino agravar las penosas condiciones de la maltrecha economía.
Por desgracia este cierre de actividades pudo haber sido impuesto desde hace 45 días, pero la persistencia de propagar una falsa impresión de control diluyó la posibilidad de evitar más contagios.
Hay una certeza en medio de este pandemonio: la pandemia no fue domada. La pandemia nos domó a nosotros.