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SAN LUIS POTOSÍ, SLP, 17 de noviembre 2020.- Mi nombre es Ana Cecilia Loredo Rodríguez, una mujer solitaria y de pocas palabras, me cuesta trabajo expresar mis emociones, incluso a las personas que más amo. Tengo 20 años y nací en la Ciudad San Luis Potosí. Mi mamá se llama Beatriz Rodríguez Franco y ella es originaria de Celaya Guanajuato, mi papá se llama Eduardo Loredo Morfil y él es originario de aquí de San Luis Potosí. Tengo cinco hermanos; Graciela, Adriana, Alma, Héctor y José Luis. Adriana y Graciela son medias hermanas por parte de mi papá y Adriana por parte de mi mamá. Mi relación con todos ellos siempre fue buena, pero siempre fui más apegada a Alma. Vivíamos juntos, pero mi madre, mi papá y mis cuatro hermanos, siempre se la pasaban trabajando, así que la que me cuidaba era mi hermana Alma. Mi mamá, como es de un pueblito de Celaya tenía costumbres muy machistas y cerradas, casi nunca nos hacía caso a mi hermana ni a mí, casi toda la atención era para mis hermanos y para mi otra hermana, que en realidad era media hermana. Nosotras pensábamos que la quería más que a nosotras, y que los castigos para nosotras eran más duros que para ella y para los hombres. A pesar de eso nosotras siempre la quisimos. Así que puedo decir que a nosotras mi madre nos crio a golpes. Hasta ahora la comprendo, pues ha de ser difícil y estresante criar a cuatro chamacos, y mi madre no se metía en las decisiones de ellos, por más malas que fueran sus propias decisiones, ella nunca les contradecía. A mi hermana Alma y a mí nos gustaba salirnos todo el día, ya que solo así no sufríamos las regañadas.
Cuando ingresé a la secundaria empecé con la rebeldía, a desobedecer a mis padres, porque no me dejaban salir ni a la esquina. Casi nunca me dejaban ir a las fiestas cuando a mis hermanos los dejaban hacer lo que ellos quisieran, entonces me empecé a salir sin permiso. Más tarde cuando entré a la preparatoria todo empeoró, pues por más que intentaba no podía hacer entender a mi mamá que yo necesitaba un poco de libertad, pues si por ella hubiera sido, me hubiera tenido todo el día ayudando en la casa y atendiendo a mis hermanos. Mi comportamiento empeoró cada vez más, como sabía que nunca me daría permiso de nada, pues mejor ya ni le pedía permiso y me salía, a veces no llegaba hasta el día siguiente.
Cuando tenía trece años, mi hermana Alma me dio a probar la mariguana y pues, me gustó, de ahí en adelante comencé a fumar casi a diario. Cuando estudiaba la prepa me corrieron en el sexto semestre luego de que me encontraron fumando en los baños, le avisaron a mi mamá y ella dijo que desde hacía un año, ella se había dado cuenta que yo fumaba y nunca me lo había dicho, y aunque me lo hubiera dicho no le hubiera hecho caso. Yo sentía que ni me quería, pues era obvio que sus verdaderas preocupaciones siempre eran mis hermanos, a mi casi no me ponía atención, me acostumbró a vivir sola, desayunaba, comía y cenaba sola, ella casi nunca estaba, nunca le conté lo que me pasaba, nunca salía con ella y casi nunca hablamos de mis cosas personales. En pocas palabras, ella nunca supo nada de mí, ni de lo que hacía, ni a donde me iba, ni con quien me juntaba.
A mí siempre me ha gustado leer y no me gusta ir a lugares donde hay mucha gente porque me estreso, me pongo de malas, tal vez porque siempre he estado sola, a pesar de que me junté con una pareja. Él salía muy seguido afuera de la ciudad y poco tiempo pasábamos juntos, pues yo prefería quedarme en la casa.
Mi hermana Alma ahora tiene 23 años y siempre la vi con mucho respeto y admiración, era la mejor en todas las mujeres que había conocido, fue precisamente ella quien me inició a trabajar con la delincuencia organizada, cuando yo tenía 15 años, ella tenía 18, iba muy bien, bueno dentro de lo que cabe, ya que al paso del tiempo te das cuenta que lo que mal empieza mal acaba. Hace cuatro años que los policías federales y los soldados le reventaron la casa a mi mamá, debido a eso, nosotras tuvimos que irnos de San Luis a la Ciudad de Querétaro en donde pasamos una temporada con una de nuestras tías. Cuando las cosas se calmaron regresamos a San Luis.
Dos años más tarde conocí a César, mi pareja, había llevado una vida normal antes de conocerlo, yo trabajaba en una tienda de igualación de colores automotrices, una noche mi hermana me invitó a una fiesta y un amigo suyo me presentó a Julio César, nos hicimos amigos, y en algunas ocasiones me invitaba a salir pero solo los fines de semana, ya que yo trabajaba.
Un día tuve un problema con mi madre y tuve que dejar la casa para irme a vivir, primero con una amiga, luego con un hermano, pero César se ofreció a rentarme un departamento en Prados de San Vicente y yo acepté. Él parecía una buena persona, era alegre, gracioso, se portaba bien conmigo y decidimos ser novios, se dedicaba a la venta de cristal y marihuana, así como al robo de vehículos. Cuando me lo dijo yo no lo tomé mal, tampoco le pedí que lo dejara de hacer, al contrario, me ofrecí a ayudarle llevando los vehículos fuera de San Luis. Me junté con él cuando tenía 17 años y él ya tenía 37, duramos dos años delinquiendo, el problema fue que él empezó a meter más gente al negocio, yo solamente metí a mi hermano José Luis.
Después de una buena racha delinquiendo, cambiamos nuestro pequeño departamento por una casa en la Colonia Los Magueyes, al norte de la Ciudad de San Luis Potosí. En esa misma colonia vivía un amigo de mi esposo junto con su esposa, un día éste se peleó con ella y se fue a quedar a nuestra casa, resulta que esa misma noche, este amigo junto con mi hermano se salieron de la casa y se fueron con otros tres jóvenes que pasaron por ellos a recogerlos, para ir por unos vehículos, mientras que mi esposo y yo nos quedamos en la casa. Al regresar con los vehículos, decidieron dejar las unidades frente a la casa de la esposa enojada, dejaron un Tsuru, una camioneta Nissan-NP300 y un Verna. Mi marido y yo, teníamos frente a la casa un Honda y una Yokon que también eran robados, pero que nosotros mismos habíamos legalizado. Luego regresaron a dormir a donde nosotros nos encontrábamos.
A la mañana siguiente nos cayeron los ministeriales acompañados de la esposa enojada, ella misma fue quien les puso el dedo y les proporcionó el domicilio a los agentes de la policía. Recuerdo que ese día, mi marido y yo íbamos saliendo de la casa a comprar el desayuno, mientras los demás seguían dormidos y precisamente cuando salíamos, iban llegando las patrullas estatales y de la policía ministerial, todos iban en carros particulares. El carro Honda, que era nuestro, estaba estacionado unas cuadras más adelante. Los estatales rompieron los vidrios y tumbaron la puerta de la casa para poder ingresar, luego vi como a punta de patadas y culetazos sacaban a mi hermano de la casa, agarrado de los pelos, los otros ya estaban afuera. Mientras esto ocurría, mi marido y yo nos aproximábamos cuando los ministeriales, confundidos porque no sabían quienes éramos, hasta nos abrieron paso para pasar hasta donde estaba el Honda, pensando que éramos vecinos. Nos subimos a la camioneta, avanzamos tres cuadras y ahí la dejamos y seguimos huyendo a pie. Esa noche nos quedamos en un hotel ya que los estatales tras haber saqueado nuestro domicilio, lo dejaron sellado.
Al siguiente día planeábamos salir a conseguir dinero para sacar a mi hermano del Ministerio Público, pero nos detuvo la policía cuando transitábamos por la Av. México, luego de golpearnos en repetidas ocasiones, a pesar de que no nos estábamos resistiendo, nos subieron a una camioneta y nos trasladaron al Distribuidor Juárez, ahí nos entregaron con un grupo de hombres que se identificaron como elementos de inteligencia. Luego nos trasladaron al Ministerio Público donde nos trataron de interrogar, pero como nos negamos por no tener un abogado, otra vez nos golpearon; primero a mi esposo delante de mí, y en seguida a mí, delante de mi esposo, como para presionarnos, así pasaron las horas en que permanecimos ahí. Después de 72 horas otro de mis hermanos hizo arreglos para que yo saliera libre, pero a mi marido y a mi hermano los trasladaron al penal, yo salí del Ministerio Público el 22 de enero de 2016.
Durante los meses siguientes estuve yendo al Penal de la Pila, de visita, sin ninguna eventualidad. Entraba a ver a mi marido y a mi hermano sin que nadie me dijera nada, ni me detuvieran. El 22 de septiembre del mismo año cuando iba saliendo de la casa donde vivía con una amiga en la Av. Salk, frente a la iglesia de La Paz, me di cuenta que había un automóvil Avenger color blanco estacionado, y el conductor estaba parado frente a la iglesia. De pronto cuando pasé frente a él, me detuvo del brazo y me preguntó si no le recordaba. Recordé que se trataba de la misma persona que nos había detenido en el Ministerio Público meses atrás, quise retroceder mi paso, darme la vuelta y echar a correr. Pero cuando lo intenté me topé con su compañero que me dijo que no me asustara, que lo acompañara, que solo se trataba de una firma y luego me dejarían ir; así que, confiada, me subí al automóvil blanco y nos trasladamos al Ministerio Público, en seguida me esposaron y me obligaron a firmar mi orden de aprehensión para luego trasladarme al penal de la Pila.
Ya llevo diez meses aquí, y me alegro de no haber puesto resistencia al arresto, ya que si lo hubiera hecho, los ministeriales me habrían golpeado y entonces sí, habría sucedido una tragedia, pues a la semana de mi ingreso al penal supe, que en una de aquellas visitas a mi esposo, me quedé embarazada, por eso ahora pienso que de haberme resistido al arresto, hoy no tendría a mi hijo conmigo.
Vivir en la cárcel es duro pero estoy aprendiendo a conocerme y a modificar las cosas que no me gustan de mí, me gustaría ser una mujer más expresiva, que no tenga miedo a decir lo que siente, lo que piensa, ser menos conformista. Ahora que estoy aquí entre estos muros de concreto, pienso que tal vez todos los regaños y los golpes que me daba mi madre, me los daba por desesperación, para que entendiera que la calle me iba a traer aquí. Que las malas decisiones tienen consecuencias. Quizás aún no sea el tiempo de irme libre, porque el tiempo que he pasado aquí me ha hecho cambiar la forma como concebía la vida, y a entender muchas cosas que hice, sin pensar que estaba dañando a mi familia. Esto me ha ayudado a reflexionar acerca de lo que quiero para mi hijo, y definitivamente esto no es lo que quiero para él. Y que, así como mi mamá sufre al verme aquí encerrada, así yo sufriría si estuviera en sus zapatos.
Carta para Ana Cecilia de su Hijo
Mamá:
Yo sé que no fui planeado y que te duele que esté aquí encerrado contigo, pero yo estoy contento porque este lugar no es tan malo , ya que al estar aquí, has aprendido a valorar a mi abuelita, y lo más importante, has aprendido y cada día que pasa lo aprendes más, a amarme, cada vez más estando aquí juntos, porque tengo todo tu tiempo, nunca te separas de mi lado, en ningún momento y eso me hace el niño más feliz, me hace feliz que me conozcas y yo conocerte a ti.
Sé que tienes miedo de no ser lo que yo necesito pero estoy seguro de que siempre me vas a amar y a cuidar como yo a ti, pues somos compañeros para toda la vida, ya nunca vas a volver a estar sola, porque yo estoy contigo, sé que soy tu compañía en las buenas y en las malas, y aunque estemos separados de mi papá no debes preocuparte, porque al fin lo conocí -Bueno, por las tres veces que lo he visto en la barandilla- Y sé que también me ama, por la forma cuando me carga y como me habla.
Mamá, aunque yo no haya sido un niño planeado yo sé que ustedes me aman y por eso soy un niño muy feliz.
(Historia del libro Cautivas, con el permiso de la coordinadora del mismo, Marcela García Vázquez)