![](https://sanluispotosi.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2025/01/WhatsApp-Image-2025-01-23-at-7.54.25-AM-107x70.jpeg)
Oposición no regatea la unidad nacional ante llegada de Trump
La intolerancia no es más que el manifiesto fracaso de la esencia misma de la política. La intolerancia se manifiesta en numerosos ámbitos de nuestra sociedad: en lo político, cuando los gobernantes se niegan a respetar la ley, modificándola, a pesar de toda lógica, para convertir en realidad sus caprichos.
En lo económico, cuando a pesar de la terca realidad que nos indica tener cada vez más y más mexicanos en la pobreza extrema, nos dice que un modelo no funciona, que el Gobierno siga imponiéndolo sólo porque las cifras en su imaginación, en “otros datos” –los suyos-, dicen que todo va bien.
En lo social, cuando un Gobierno autoritario y todo poderoso, no encuentra más solución para terminar con una protesta, que, masacrando impunemente, por la espalda, a ciudadanos inconformes.
Hoy conmemoramos un año más de una de estas muestras más crudas de esa intolerancia gubernamental.
El 2 de octubre de 1968, La juventud de entonces salió a las calles sin un plan predeterminado, pero con la plena convicción de que algo estaba mal.
La represión brutal del poder público a una manifestación justa y legítima, que protestaba contra la arbitraria intervención policiaca en el plantel Politécnico, fue suficiente para desencadenar la inconformidad de un número alto de estudiantes, frente a un régimen insensible y cerrado por el ejercicio prolongado del poder autocrático.
La ineptitud y la insensibilidad absoluta del gobierno para entender y resolver el conflicto, dieron a éste una importancia y una dimensión de la que carecía originalmente.
Las autoridades no supieron o no quisieron ver que detrás de las peticiones estudiantiles, a veces imprecisamente formuladas, se encontraban las demandas primarias de todo un pueblo que vivía en estado permanente de indefensión, de injusticia social y sin libertades públicas.
Aquello que los jóvenes presentían como «podrido» en el sistema político, era el erróneo concepto de estabilidad, utilizado por el grupo en el poder. La estabilidad política como fórmula mágica para resolver problemas de una sociedad, no sólo simplifica la cuestión social, sino que se equivoca terriblemente en el problema mismo al que se refiere. La estabilidad política, como fruto del dinamismo consciente de los ciudadanos que integran, eligen y vigilan a su autoridad, es una cosa buena, necesaria, pero estabilidad política como sinónimo de mecanización, es pérdida de personalidad humana, de descenso al nivel de las cosas inertes, es expresión de debilidad y de deserción en la sociedad.
Es tiempo de llevar a cabo un examen a fondo de las instituciones, que establecen el orden jurídico y que permiten la violencia institucional, para dar vigencia real a aquellas que respondan a los requerimientos de promoción humana y a las exigencias actuales de participación personal y para modificar o suprimir aquellas incapaces de cumplir tales fines.
La dignidad y la solidaridad humana, imponen, a todos, la obligación de buscar los cambios para bien de mujeres y hombres concretos, jóvenes y adultos, campesinos, obreros y profesionistas, sin traducir las frustraciones y los resentimientos en tesis de violencia y de odio.
Privilegiemos la política entendida como la actividad humana indispensable y superior, con capacidad y obligación de servir al hombre y a la comunidad.
Corresponde a la actividad política el establecimiento de un orden dinámico, que permita en las circunstancias históricas concretas, la conservación y el incremento del bien común, entendido no sólo como oportunidad personal, justa y real, de acceso de los bienes humanos, sino también como el conjunto de valores, morales, culturales y materiales, que ha de conseguirse mediante la ayuda recíproca de los hombres y que constituyen instrumentos necesarios para el perfeccionamiento personal de todos y cada uno de ellos en la convivencia.
Muy pobre servicio le haríamos al país, si el 2 de octubre fuera sólo una fecha más que conmemorar en el calendario político. Si lo que falló entonces fue la política, aprendamos la lección y dialoguemos. Si lo que se impuso fue la intolerancia, desterrémosla. Si la raíz del conflicto fuere las injustas estructuras políticas, económicas y sociales, construyamos el marco legal, que dé cauce a las legítimas demandas de los jóvenes, de los indígenas y de todos aquellos mexicanos que por años han padecido la intolerancia de gobiernos insensibles y autoritarios.
Hoy es preciso convocar a todos los mexicanos a que tendamos puentes, a darnos las manos sin reservas, a desterrar la caduca estabilidad, basada en la intolerancia y crear una nueva, enraizada en la pluralidad y en el respeto hacia el que no piensa como nosotros.
Desterremos la palabra «enemigo» y considerémosla solamente como adversarios en ideas y proyectos, pero con un mismo fin: el bien de todos y cada uno de los mexicanos.
Así y sólo así podemos decirles a los jóvenes de 1968 que la semilla que sembraron y abonaron con sangre hoy está rindiendo los frutos deseados.