2025: los desafíos del desarrollo
Este verano no fue uno fácil. Con las elecciones en puerta, hablar de política se convirtió en un castigo que se prolongó por tres meses saturados de altas temperaturas.
Lo mejor entonces era buscar un aire acondicionado. En los cafetines de la ciudad las personas hablaban del tema del momento hasta que llegó Rusia, en el mes de junio, para cambiar, con el mundial de futbol, un poco el rumbo de la conversación hacia un tema distinto pero no menos polémico.
Y sin embargo, aquello de la política permeaba. Las elecciones eran una bacteria, y parecía que esta era la mejor versión de todas sus cepas. No había escape, y juntos notamos que en internet queríamos ausentarnos, aunque eso fuera remotamente posible. Llegamos al punto de sentirnos mejor haciendo nada, contemplando la nada.
¿Cómo te va? Bien. ¿Viste el debate? No, me tienen harta. Esa conversación era usual por aquellos días; en el feed de twitter mi generación bromeaba con las temáticas surgidas de los tropiezos de los candidatos, más nunca vi un solo tuit que llamara a la incorporación de esa generación en la coyuntura. ¡Involúcrense, milenials!, oí decir a un viejo periodista en su canal de YouTube con 170 mil reproducciones. Para nada, los memes parecen un mejor escaparate, la realidad fluida en imágenes y textos breves. Eso es el futuro, y el futuro es hoy.
Mucho tiempo atrás, la política era un trámite para universitarios; o pasabas a formar parte de la planilla o simplemente ignorabas que estaba ahí. Los cabecillas eran aduladores de algo intangible, el deseo de ser un político importante en el pueblo.
Pero hoy existe una nueva forma de entender la política, porque el asunto se ha convertido en activismo y en eso sí todos tienen cabida. Es más valioso emprender una causa que utilizarla.
Aún y con todo eso, lo que sucede en las camarillas de la política, es decir, en la verdadera política, es desconocido para los nuevos activistas surgidos en las universidades. Tan desconocido que da igual, como a la mayoría nos da igual la religión o los asuntos que antes eran fundamentales para vivir en sociedad. El dios de esta generación es internet y para el caso nos resulta más urgente tener batería extra para nuestro chat diario con ÉL.
Las cosas que importan no suelen ser tan atractivas en la red. Más allá de las noticias de política merece la pena preguntarse ¿cómo han llegado hasta ahí los políticos? ¿cómo se hace la política? ¿Qué hay detrás de las razones conocidas? Por lo demás, a los milenials no nos interesa.