Ironía
Cuando vemos una película, leemos un poema, un cuento, una novela, una pintura… cada vez que vivimos la capacidad creativa que nos asombra, que nos reconcilia con nuestra especie, que nos apasiona y que nos hace sentir que vale la pena estar aquí para algo más que reproducirnos, también podemos enamorarnos de una visión idílica del trabajo creativo: nos imaginamos a los poetas malditos y a los artistas atormentados, sin comer, sin dormir, ansiando la visita de las musas para plasmar su arte.
Pero en los tiempos que corren me parece que esa imagen está cada vez más fuera de la realidad. Reconozcamos que en el mundo globalizado la creatividad también está sometida a una mayor competencia. El arte ha entrado, con mayor énfasis debido a la globalización, en un mercado mucho más complejo.
El acto de crear es producto del trabajo, la disciplina y el conocimiento. El proceso creativo, sin embargo, tiene un ingrediente misterioso.
Jean Paul Sartre, refiriéndose a quienes denostaban al poeta Paul Valéry por ser un burgués, se preguntaba, en un silogismo que es como un golpe seco: “Paul Valéry es un burgués. ¿Por qué, entonces, no todos los burgueses son Valéry?”
Cito un ejemplo nuestro: en una fiesta en Las Lomas allá por los cuarenta, un tipo se refería a las dotes creativas de Agustín Lara. “Claro –expresó despectivamente el sujeto-. Si compone buenas canciones es porque fuma marihuana.” Lara escuchó el comentario. Flemático como era, se aproximó, produjo una cigarrera de oro, la ofreció al bellaco y con voz clara y cortés le dijo: “Tome… fume y… ¡componga usted!”.
¿Por qué no todos los estudiosos, conocedores y disciplinados son buenos artistas? Ya lo dije. Hay un ingrediente misterioso en el proceso creativo, pero que me parece está ligado a ciertos factores.
Creo que el proceso creativo está vinculado a un acto de rebeldía, a una incapacidad para aceptar las cosas tal como las encuentra el artista en un momento determinado, sea en literatura, en cine, o en cualquiera de las artes.
No por lugar común deja de ser menos verdadero que en las artes los temas originales se agotaron hace cientos de años… y que lo único novedoso es la forma en que se abordan.
Están también los productos creativos que no revolucionan el arte, que no marcan hitos, pero que son productos disfrutables. Estas creaciones están relacionadas con la necesidad de expresión de los artistas. Es decir, el impulso es más interno que externo, las formas externas son suficientes y adecuadas para lo que el artista quiere decir. El escritor no necesita revolucionar ninguno de los géneros, sólo necesita plasmar su historia. El artista plástico puede utilizar las formas existentes para crear su mensaje visual de forma y color.
Es claro que los productos de la creación se insertan también en la lógica de mercado, y me parece que los creadores cada vez más tienen conciencia de este hecho. El escritor Gustavo Sainz contaba que alguna vez le pusieron un disco de Edith Piaf a una tribu africana. Los miembros de la tribu comenzaron a retorcerse y a correr asustados al escuchar la voz tipluda de la Piaf.
A Sainz le gustaba el ejemplo porque decía que los escritores, aunque no quieran reconocerlo, en el momento de escribir, piensan en su posible público… que de entrada elimina a todos los analfabetas. Después –por lo menos en su caso- eliminaba a todos los alfabetas que no consumían libros de literatura. Después el grupo se reducía más porque sólo quedaban los lectores de narrativa y el círculo concéntrico se hacía más pequeño para llegar a los lectores de novelas. Entre éstos, también está el público que consume novelas por géneros, por nacionalidades, por épocas.
Así que aun de manera intuitiva, el artista tiene en mente a un público potencial y escribe también para él. Generalmente se conjuga la satisfacción personal del creador con la satisfacción a un público que ya conoce o que desea conquistar.
También he pensado que el acto creativo igual tiene mucho de mesiánico, de intentos salvadores. Creo que por esta razón hay artistas que consideran a su obra como algo sacro y no dudo ni tantito que muchos piensan -y algunos lo dicen- que el hecho de crear los convierte en dioses.
Lo curioso es que hoy vemos estos rasgos del proceso creativo reflejados en construcciones políticas. Desde tiempos de Aristóteles la política que conocemos es una, alimentada por propuestas que dejaron de ser originales y son innovadoras sólo por el nuevo ropaje de audacia o inconformidad con el que intentan transformar la realidad. E igual que los artistas, muchos políticos se ven a sí mismos no como conductores sociales, sino como profetas que exigen a sus discípulos primero creer para después comprender. Pero eso es tema de otra reflxión.
23 de septiembre de 2018
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