Llegará Estado de silencio a Netflix este jueves
Leyendo sobre la crisis humanitaria en que nos encontramos, recordé una película de 1973, sí de hace casi 50 años. Lo primer que pensé fue: caray, que viejos están. En ella, el detective Robert Thorn, encarnado por Charlton Heston, activista preclaro de la Asociación Nacional del Rifle de los Estados Unidos, trata de desentrañar un crimen. Hay que advertir que la película se refiere a un futuro lejano donde el calentamiento global ha acabado con todo alimento natural. La sociedad se alimenta de Solylet Rojo y Soylent Amarillo, pero acaba de producirse uno nuevo, igualmente de la compañía Soylet. El nuevo se llama Soylent Green, y sí, como lo sospechan, es una barra de color verde.
Para los efectos de esta columna, no les contaré el resto. Si quieren saber lo que pasa en la película, tendrán que verla. No se arrepentirán.
Pero la metáfora es válida en el México de la 4T, donde todo parece también haberse terminado, el presupuesto, las medicinas, la imaginación, y donde empezamos a sufrir una catástrofe similar a la que nos muestra ese filme que, en México, casi lo olvidaba, se proyectó bajo el atractivo título de Cuando el destino nos alcance. Y sí, es una especie de Apocalipsis, una parodia de lo que podría sucedernos si continuamos con la sobreexplotación de recursos. En resumen, todo se agota por razones que aparentemente no atañen al gobierno, pero sus efectos repercuten en toda la sociedad, pobre, hacinada y hambrienta, que vive de lo que le provee el mismo gobierno, sí, como si se tratara de las brigadas de los Siervos de la Nación. Una sociedad donde unos detentan el poder y otros lo padecen. Metáfora conocida.
En nuestro caso, sin embargo, parece que nos encaminamos al precipicio bajo el capricho de un gobierno que se niega a reconocer, obcecado como es, la dimensión de la crisis que vivimos. Y eso es malo desde cualquier posición que se le quiera ver, porque si no somos capaces de reconocer que vivimos una crisis, tampoco haremos nada para solucionarla. Si vivimos en un país que YSQ define como feliz, feliz, feliz, entonces para qué nos preocupamos. La crisis se irá como llegó, es decir por su propio pie. Eso sí, dejando decenas de miles de muertos.
Sólo que el diagnóstico también es erróneo. Dieciocho meses de gobierno quieren convencernos de que gobernar significa hilar una serie interminable de mentiras, verdades a medias (que siguen siendo mentiras) y datos manipulados. Por eso gobernar no tiene ciencia, ha dicho; en los hechos es igual de simple que extraer petróleo metiendo un enorme popote en tierra, ha dicho también. El pensamiento simplista es lo que lleva a nuestros gobernantes a no tomar medidas serias, a anticiparse a las crisis, a planificar y prevenir, y contener, los daños que las crisis, que bien pudieran tomarse como oportunidad, irremediablemente producirán en el tejido social.
Pero si gobernar es pararse dos horas todos los días a tejer fantasías de un universo paralelo, entonces estamos mal. Nos quieren acostumbrar a que no basten dos horas de perorata al día, sino que se le han agregado otras dos en funciones verpertina y nocturna que tampoco contienen las crisis ni buscan remediarlas, sino sólo transformarse en una práctica onanista que cada día nos acerca más al precipicio. Estudios serios de universidades norteamericanas y europeas, además de varias mexicanas, anticipan que para el primero de diciembre, en el segundo aniversario de la 4T, los muertos en México (sólo por la pandemia) podrían alcanzar los 150 mil. Para allá vamos. Seguro el presidente podría seguir festejando que Estados Unidos llegó a esa cifra cuatro meses antes, o algo por el estilo. Pero los muertos seguirán siendo nuestros.