Ironía
Desde sus inicios, la ciencia económica ha ponderado al avance tecnológico como un elemento fundamental para explicar el desarrollo económico de los países. Inicialmente se le consideraba simplemente como un elemento más que caracterizaba a las economías exitosas, sin profundizar; concretándose en señalar que el desarrollo tecnológico se incorporaba en los bienes de capital.
En una revisión del tema en el pensamiento económico, tenemos que: Adam Smith analizó cómo los avances técnicos y la división del trabajo eran elementos que propiciaban las invenciones especializadas; así también, Marx incorporó en su análisis de la economía capitalista a la innovación, como un componente fundamental en el desarrollo de los bienes de capital; Marshall no soslayó como motor del progreso económico al “conocimiento”.
En la década de los cincuenta del siglo pasado, un grupo de economistas neoclásicos se enfocó en el análisis detallado de la tecnología y su efecto. Surgió la propuesta de Robert Solow (1950) a partir de un modelo con un destacado énfasis en el progreso técnico. En su modelo, Solow asimiló los desplazamientos de la función producción a lo que él denominó “cambio técnico”, así los avances y mejoras en la maquinaria y en la educación de la fuerza de trabajo corresponderían a este factor o “cambio técnico”.
Por su parte, Shumpeter propuso una teoría del crecimiento, consideraba que, en un mercado competitivo caracterizado por estar en permanente cambio, sólo sobreviven las empresas capaces de desarrollar nuevos productos o procesos, y al ser estas innovaciones producto del desarrollo científico-tecnológico, son precisamente los empresarios los interesados directos en ampliar las fronteras del conocimiento de una sociedad
Autores como Nelson y Winter comprendieron el cambio tecnológico como un “proceso evolutivo generador de innovaciones”. Las nuevas teorías económicas del crecimiento consideraron al conocimiento como el principal recurso estratégico para asegurar el crecimiento económico en los países desarrollados, argumentando que el desarrollo económico se apoya crecientemente en la utilización de los recursos o capacidades de investigación, lo cual permite la generación de ambientes regionales para la innovación.
En esta revisión, queda claro el consenso de que el conocimiento y el avance tecnológico constituyen elementos relevantes en el desarrollo económico de las sociedades. A partir de esa idea, surge el concepto de la “Economía del Conocimiento”, relevante por el incesante surgimiento de avances científicos-tecnológicos, así como por la velocidad con la que también el conocimiento puede hacerse obsoleto. Una Sociedad del Conocimiento presupone más que una sociedad educada, una sociedad altamente educada, la que no sólo demanda trabajadores calificados, sino “trabajadores del conocimiento”; y tres atributos la caracterizan: capacidad creativa, talento innovador y capacidad para determinar relevancia.
Este tema, si bien nada nuevo, pero tan fundamental para el desarrollo y bienestar social, aún no logra entrar en la agenda pública. Recientemente, por un viraje en las políticas públicas relacionadas con la ciencia y la tecnología, ha captado moderadamente la atención, sobre todo por la posibilidad de que parte del financiamiento dirigido a la ciencia y tecnología a través de fideicomisos, sea afectado sensiblemente con la desaparición de dichos instrumentos financieros.
En todo caso, debería quedar claro que, toda sociedad debe abogar por una mejor y mayor transparencia en el uso de los recursos públicos, eso sin duda. Pero lo que se está olvidando, es que la Sociedad del Conocimiento no espera a nadie, que nuestro desarrollo científico y tecnológico nacional no es lo que está propiamente en juego, es el propio desarrollo como país lo que puede quedar rezagado en la carrera mundial si el financiamiento a la ciencia y la tecnología queda en los últimos lugares de las prioridades como nación.