Ironía
Omar García Harfuch es heredero de dos estirpes que normalmente son repudiadas por la chairiza. Por un lado, es nieto del General Marcelino García Barragán, el famoso general ligado a la masacre de Tlatelolco en 1968, cuyo hijo Javier García Paniagua, fue precandidato del PRI a presidente, además de director federal de seguridad y presidente del PRI entre otros cargos, y por otro lado su madre la actriz María Sorté una de las estrellas prominentes de Televisa.
Si eso no fuera suficiente para levantar las cejas de los pejezombies zurdos de abolengo, el hecho de que Omar García llegó a ser uno de los hombres principales de Genaro García Luna, uno de los personajes más corruptos del gobierno de Felipe Calderón, bajo cuyo cargo, Omar tuvo la responsabilidad del estado de Guerrero como delegado de la Policía Federal cuando se suscitó el lamentable acontecimiento de la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa debería de ser notorio para los simpatizantes de Morena.
Pero García Harfuch es hoy un héroe e grueso calibre, admirado por haber resistido el embate de uno de los operativos paramilitares supuestamente ordenado desde el núcleo del cartel Jalisco Nueva Generación y que representa uno de los atentados más impresionantes de los últimos años, tanto por el despliegue de potencia, por el hecho de haber sucedido en la capital misma donde residen los poderes centrales de la Federación, y por haberse dirigido contra un alto jerarca de seguridad pública de la segunda entidad con más población en el país, CDMX.
Y es que para el monero que suscribe, en materia de seguridad pública, Andrés Manuel López Obrador lejos de ser capaz de enfrentar la responsabilidad sobre la inseguridad y la violencia, ha dejado al personal encargado de este combate en posiciones delicadas tan solo por los mensajes contradictorios e irresponsables que ha emitido desde que se erigió como candidato, surgió como presidente electo, y tomó el cargo de presidente.
Él ha minimizado el riesgo, ha olvidado a los policías y soldados caídos en el cumplimiento de su deber al “rajarse” en situaciones donde casi se alcanzaba la victoria, como la captura y liberación de Ovidio Guzmán, ni hablar de la amnistía prometida o los vínculos creados con la madre del propio Chapo.
El alegato de los lopezobradoristas contra la “Guerra contra el Narco” de los últimos dos sexenios, se ha derrumbado en este año y medio de haber recibido el cargo su mesías.
Se pueden ver muchos paralelismos entre las líneas estratégicas y las acciones, así como los sucesos contextuales de la guerra que inició Felipe Calderón y la que sostiene el gobierno actual en plazas como Guanajuato contra los huachicoleros del Cartel de Santa Rosa.
Lo que juró no hacer es justo lo que va haciendo y ¡está bien! En realidad, el que sus oníricas propuestas de solucionar un problema de clase mundial como es el narcotráfico y la correspondiente corrupción con abrazos, estampitas, acusándolos con sus mamás o con exhortos como el ¡fuchi, caca!, es precisamente lo que se venía diciendo desde un principio por la hoy oposición, es insostenible, no hay otra opción, es deber del gobierno enfrentar al crimen con la misma o mayor fuerza que usa el criminal. Y el atentado contra Omar García Harfuch es una fuerte llamada de atención que exhorta a la búsqueda soluciones reales y serias, es una llamada a dejarse de fantasías mesiánicas irresponsables.
Inicié este texto hablando del origen de Omar García Harfush para notar que el tiempo de reconciliación entre el pasado y el presente debe ser inmediato, para hacer frente a problemas que hoy son imperiosos en nuestro país, como lo es la inseguridad y el narcotráfico. El resentimiento que un día capitalizó AMLO, no solo se le puede revertir algún día, si no que es de hecho una enorme pérdida de tiempo y ha causado un desarrollo de violencia palpable y en nuestras propias narices.