Iguales, Chile (1971) y México (2018)
No terminamos de preocuparnos por uno de los males que nos deja la pandemia, cuando ya tenemos que preocuparnos por otro.
Después de lo referente a la salud, el principal y más evidente efecto, es el impacto en la economía nacional y desde luego, familiar. Nos abruma esta realidad, y ya tenemos que advertir otro fenómeno preocupante.
La violencia contra mujeres y menores de edad dentro de los hogares aumentó en 120% desde la declaratoria de emergencia y confinamiento para evitar contagios con el (Covid-19); 9 de cada 10 personas que son violentadas en el hogar son mujeres, y una de cada 4 es testigo de otras formas de violencia. El 66% de los casos es por violencia física y el 33% por violencia psicoemocional.
Del tema de la Salud hablan los expertos, los científicos, los epidemiólogos, y claro los voceros del Gobierno. Pero todos lo hacemos; hoy todos opinamos y creemos saber de temas que nos eran desconocidos, ajenos, que ni imaginábamos.
De la Economía, se expresan los financieros, los empresarios, los sectores productivos involucrados. Pero todos lo hacemos; hoy somos conocedores de conceptos como recesión, caída del PIB, tasa de desempleo, poder adquisitivo, cadenas de valor.
Pero donde DUELE, es en los hogares, en donde se perdió el empleo, donde disminuyeron el sueldo, en donde con el rostro desencajado la esposa dice “ya no me alcanza”, y él o ella con desesperación responde “es que no tengo”.
Y, ¿quién habla de lo que ocurre al seno de las familias?
Es un flagelo que sí está en nuestras manos evitar, sí está en nosotros impedir, la VIOLENCIA INTRAFAMILIAR. Radica en nuestra conducta en el hogar. En nuestro comportamiento, en nuestro actuar.
Sin afán de justificar, hoy cientos de miles de familias vivimos una nueva realidad. El Confinamiento, el encierro, en muchos casos el hacinamiento. Hoy la mayoría de las familias viven, cohabitan literalmente entre cuatro paredes.
El efecto psicológico es evidentemente pernicioso.
Todo cambió; nuestro espacio vital se redujo, disminuyó o desapareció.
Consecuencia de ello, se disparó la intolerancia, la incomprensión, la irritabilidad, los estados alterados. Psicológicamente todos estamos viviendo y experimentando condiciones a las que no estábamos acostumbrados.
La Violencia intrafamiliar se ha duplicado. Producto de nuestra irracionalidad. De nuestra falta de autocontrol.
Eso es lo que nos debe hacer diferentes. La capacidad de razonar, reflexionar, meditar y, en consecuencia, bien actuar.
Está en nuestras manos evitar esta consecuencia del encierro, del confinamiento, para que no ocurra, no proliferen nuestros arrebatos, nuestra desesperación.
Que aflore de nuestra íntima personalidad lo mejor de nosotros mismos, no lo más deleznable, lo más primitivo, lo más vergonzante.
Que sea la oportunidad de acercarnos como familia y, no de separarnos; que nos encontremos, y no que nos distanciemos. Que nos escuchemos, y no que nos ignoremos. Que nos comprendamos, no que nos agraviemos.
Pongamos atención a este fenómeno que destruye el núcleo de la sociedad, la FAMILIA.
De la enfermedad con la ayuda de Dios, sanaremos. Los empleos, tarde o temprano se recuperarán. Pero el respeto y el amor en una familia se pueden perder para siempre.
Las consecuencias, el daño puede ser irreversible, más letal que los efectos económicos o el Contagio mismo.
CUIDEMOS, PROTEJAMOS A NUESTRAS FAMILIAS