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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 2 de mayo 2020.- Hace 23 años, en 1997, Manuel Barbosa Cedillo fue nombrado, entre muchos aspirantes, Juez de la Corte Federal en el Estado de Illinois por el Presidente de los Estados Unidos de América, Bill Clinton, cargo que ostentó hasta 2005.
Es uno de los más altos honores de cualquier norteamericano, un caso inédito en la historia del derecho americano y un ejemplo e historia que deben conocer todos los niños mexicanos, los estudiantes de derecho y los migrantes.
El pasado 25 de noviembre de 2019, víctima de diversas afecciones que lo acompañaron durante años, el potosino murió en Illinois, una fallecimiento en el anonimato pues hasta el momento su recuerdo no ha sido honrado por San Luis Potosí, dijo el activista Mauro Ruiz Saldierna, quien en 2008 obtuvo el segundo lugar en el Concurso Historias de Migrantes convocado por la Secretaría de Gobernación y la de Relaciones Exteriores con el libro «Un Niño llamado el Abogado», un compendio de la historia del juez Barbosa que acompaña parte de este artículo de Quadratín San Luis con autorización de su autor.
NACIÓ EN TAMUÍN
Manuelito nació en el verano de 1947 en medio del calor envolvente del municipio de Tamuín, donde sus padres, Eliseo Barbosa, nacido en San Nicolás Tolentino y María Concepción Cedillo, maicense y descendiente de revolucionarios, habían viajado meses antes para encontrar mejor suerte que en su natal Ciudad del Maíz.
Pronto, los Barbosa Cedillo con dos hijos, Manuel y Juanita -la primogénita-, encontraron dificultades que los hizo voltear hacia el norte con la idea del cruce a Estados Unidos, donde se habían creado grandes historias llegadas hasta sus oídos.
Matamoros fue el punto de encuentro con el sueño norteamericano. Abandonados por las empresas que contrataban trabajadores, los Barbosa decidieron cruzar por el Río Bravo, “Conchita asida a la cámara de llanta en donde iba Juanita y el escaso equipaje, y su padre envolvió al pequeño Manuel en su chamarra de mezclilla, llevándolo en alto para que no se mojara. De esta manera llegó a suelo americano envuelto en la chamarra de su padre e indocumentado, el que 48 años después sería orgullo de su país y de su estado”, cuenta Mauro Ruiz Posadas, amigo personal del ilustre potosino.
El pequeño Manuel y su hermana Juanita fueron inscritos en la escuela primaria del lugar, ya que era obligatorio que los hijos de los migrantes atendieran la escuela y aprendieran a leer y escribir.
«¡ABOGADO!, ¡ABOGADO!«
Tras siete años de vivir en Weslaco, la familia emigró más al norte en busca de mejores sueldos para el trabajo en el campo, encontrando en Nebraska y en el cultivo de la remolacha su nuevo trabajo.
En ese estado se dio un evento que fue la premonición de futuro de Manuel.
“Cierta mañana en que los trabajadores hacían sus labores en los campos de remolacha, siguiendo una indicación que uno de los capataces les había dado al parecer de manera equivocada; al llegar el patrón y darse cuenta de ello, los empezó a regañar a gritos de manera muy injusta, que además no entendían de qué les gritaba, ya que de los trabajadores ninguno sabía inglés, por lo que estaban asustados y compungidos”.
Al ver esto el chiquillo, y darse cuenta que era injusta la reprimenda, se puso al frente de los trabajadores y le explicó al dueño del rancho que ellos sólo estaban siguiendo las órdenes del capataz.
El dueño del rancho se quedó sorprendido ante la valentía del muchacho y sus compañeros rompiendo en gritos de alegría por haberse sentidos defendidos por aquel chiquillo de escasos siete años, empezando a gritar de júbilo alrededor de él: ¡Abogado! ¡Abogado! ¡Abogado! Poniéndole desde ese día el apodo del “Abogado”.
ESTUDIABA DE DÍA Y TRABAJABA DE NOCHE
Nebraska quedó atrás y un nueva aventura los esperaba en Illinois, eligiendo la ciudad de Elgin, sitio donde fueron de las primeras familias de mexicanos.
“Después de la Escuela Secundaria, Manuel ingresó a la Universidad Benedictina de Illinois, se graduó en 1969, fue maestro en la Escuela Secundaria de Elgin, Illinois y en la Escuela Preparatoria del Distrito Escolar No. 300”, documentó su amigo.
Le siguió la Facultad de Derecho John Marshall School of Law, estudiando de día y trabajado de noche, además de cumplir con trabajo social en la Universidad Comunitaria de Chicago y en Aspira Inc. de Illinois
En sus relatos introspectivos que dieron vida al libro “Un niño llamado el abogado”, Manuel contó que cuando se sentía fatigado por las horas de trabajo y de estudio, y se dirigía de su casa a la Universidad, muchas veces sintió la tentación de retirarse. En el camino a la Universidad había una tienda de unos judíos que tenían un letrero en la ventana que decía: “Dichosos aquellos que tienen un sueño, y están dispuestos a pagar el precio, para convertirlos en realidad”.
Manuel entró a trabajar como asistente del Procurador del Estado en el Condado de Kane. De ahí pasó a la práctica privada en un bufete de abogados local, y después él puso su propio despacho.
En ese tiempo fue defensor de los derechos humanos de los migrantes, lo que le valió ser distinguido con el Premio al Abogado del Año de la Asociación de Abogados México–Americanos, así como con el Premio de la Asociación Municipal de Relaciones Humanas de Illinois.
En 1980 y por sus méritos en la defensa de los derechos humanos, fue nombrado Director de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Illinois, convirtiéndose en el primer hispano de origen mexicano en Illinois que dirigiera una organización estatal, ratificado como director por tres periodos gubernamentales durante 17 años.
Y LLEGÓ A LA CUMBRE
Su cumbre profesional llegó en 1997 con el nombramiento de Juez Federal en la corte federal del estado de Illinois.
En el año 1999, para conmemorar la llegada del Tercer Milenio, el gobierno del estado de San Luis Potosí junto con distinguidos miembros de la sociedad y empresarios potosinos, constituyó un patronato ciudadano pro-festejos, que eligió al juez como “El Potosino Distinguido del Milenio”.
Ahí, durante la entrega, el sobrino del general Cedillo expresó lo siguiente:
“El sueño de un campesino potosino de San Nicolás Tolentino hace sesenta años, era tener un burro para acarrear leña y así ayudar a mantener a sus padres; eso le llevó a tener un camioncito, y eso lo llevó a emigrar a otro país para buscar un futuro mejor para su familia… Ése fue mi padre.
“El sueño de una mujer oriunda de Palomas, Ciudad del Maíz, era que sus hijos no fueran a vivir como en ese tiempo se vivía en el campo, y que tuvieran la oportunidad de ir a la escuela y prepararse para labrarse un futuro mejor al que ella había vivido.
“Esa mujer ya no volvió a México, pero siempre lo amó y fue la que me enseñó a mí también a quererlo y a no olvidarlo, ya que siempre me decía: ‘Sueño con que algún día, una águila mexicana logre pararse arriba de un nopal, y ese nopal se encuentre en el corazón de los Estados Unidos’… ¡Esa mujer fue mi Madre! A ellos les dedico este reconocimiento que hoy se me hace, ellos son quienes se lo merecen”.