Eje sospechoso Madrid- Oaxaca
Con un cinismo sin igual y una ignorancia sin freno, dice el presidente Obrador que nada le quita el sueño.
No le quita el sueño la quiebra económica, el cero crecimiento, la violencia sin freno, la inseguridad, el desempleo, las 40 mil muertes violentas y tampoco le quita el sueño que sea visto en el mundo como un presidente fallido y fraudulento, que no merece México.
Pero no es todo; con una arrogancia que ya no sorprende a nadie –porque el cinismo es el sello de la casa–, el mandatario no sólo presume que nada lo desvela sino que, al contrario, en su imaginario alardea con la sandez de que el 2020 será un buen año, mejor que 2019.
Ignora López Obrador que, en tanto jefe de Estado, es el principal responsable de la conducción correcta de la administración pública y, por ello, del crecimiento económico, la creación de empleos, la seguridad de la vida y los bienes ciudadanos, la salud y la educación de los mexicanos.
Está claro que el presidente mexicano parece ciego y sordo a sus responsabilidades constitucionales, además de que da señales de haber perdido todo contacto con la realidad. Pero también parece simular que mete la cabeza debajo de la tierra para ignorar, de manera deliberada, la realidad que viven los ciudadanos.
Es decir, pudiera ser cierto que el presidente cierra los ojos, se tapa los oídos y juega el papel de “bobo del pueblo”, para no ver que el primer año de su gobierno fue un total desastre y un fracaso rotundo.
Sin embargo, cualquiera que sea el caso, lo cierto es que el problema no sólo está en el cinismo de López Obrador y tampoco en la ignorancia que irradia la figura presidencial.
No, el problema de fondo se localiza en esa suerte de complicidad silenciosa que se ha producido entre el mentiroso e ignorante presidente y toda su corte; complicidad de aquellos que por quedar bien, por sacar raja política o por ganar contratos engañan al “bobo del pueblo”, no se atreven a cuestionar, a desmentir, a aclarar o explicar las tonterías presidenciales.
El verdadero problema no es que México sea mal gobernado por un incapaz mental –como López Obrador–, sino que la verdadera tragedia está en la complicidad y el silencio de “los hombres del presidente”; sean secretarios de Estado, senadores y diputados; sean los paleros mediáticos, intelectuales orgánicos y, sobre todo, los timoratos y temerosos empresarios que a todo le dice “sí” al presidente, a pesar de que en corto no lo bajan “de idiota”.
Y es que el problema no está en quitarle el sueño al presidente con los grandes y graves problemas del país –problemas que crecen sin freno–, sino que la verdadera emergencia está en quitarle la máscara; esa careta de político aldeano, ingenuo y bonachón al que se le resbalan todas las culpas, todas las responsabilidades y las torpezas, porque es eso, pueblerino que por mandato divino llegó al poder presidencial.
Por eso obliga la pregunta: ¿Quién pagará los platos rotos, una vez concluida la pesadilla llamada López Obrador?
Será el señor López el único responsable por la quiebra del país; por el crecimiento cero en la economía; por el año o los años más violentos de la historia; será el único culpable de las casi 40 mil muertes violentas en 2019; será Obrador el único responsable por desmantelar el sistema de guarderías, de reventar el sistema de salud, de mostrar la mayor sumisión ante el gobierno de Estados Unidos….
En efecto, López Obrador es el jefe del Estado –y sus responsabilidades están perfectamente establecidas en la Constitución–, peros también es cierto que los encargados de despacho en el Gabinete son responsables directos del desempeño correcto de sus respectivas encomiendas; la hacienda, la salud, la seguridad…
Es cierto que, una vez concluida la pesadilla llamada Obrador, los senadores y diputados de Morena –y coordinadores como Ricardo Monreal, Martí Batres y Mario Delgado, entre otros–, serán señalados como traidores a la patria por avalar la destrucción democrática y por la locuaz destrucción de las instituciones.
Y también serán señalados por la historia y serán responsables los medios complacientes, los periodistas aplaudidores, los intelectuales deshonestos y los empresarios timoratos y temerosos.
Y es que hoy podrán decir misa y podrán argumentar que nadie podía saber cómo se comportaría AMLO en el poder, podrán llamarse a sorpresa pero, lo cierto es que no se requerían más que dos dedos de frente para entender cómo sería el gobierno de AMLO.
Y tampoco se requiere mucho para entender que aquellos que hoy aplauden y defienden a ultranza al locuaz presidente mexicano, traicionan a la patria y que, en su momento, la nación se los demandará.
Y es que no se trata de quitarle el sueño a López Obrador, sino de quitarle la máscara.
Al tiempo.